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SERVICIO PERSONAL DEL CABALLERO DE CRISTO 71 pero recordó que en los libros de caballerías se encuentra a cada paso al ermitaño, "al santo varón, que padece por Dios". Pronto tomó su decisión: mandóse hacer un vestido de ermitaño, una túnica, un cinturón de cuero, zapatos y bordón. Durante dos años llevó este vestido, hasta su vocación evangélica (10). Tampoco seguía ninguna regla religiosa, sino que se atenía al modo de vida que hacían los ermitaños en los libros de caballerías (II). Con la misma sencillez resolvió, en unión con Dama Pobreza, el problema de costear los gastos de la obra de San Damián. A la ma– nera de los juglares caballerescos, quería conseguir cantando y pi– diendo limosna los recursos necesarios. Tomó rápidamente esta re– solución. se levantó y fué a la ciudad. Allí como ebrio en el espíritu, comenzó por calles y callejas a cantar al Señor en la lengua francesa de los trovadores. Apenas acababa el canto, pedía limosna para su iglesita, diciendo : "E:! que me dé una piedra, recibirá galardón sen– cillo; el que dé dos piedras, doble; y el que dé tres, otro tanto ga– lardón". Luego iba unas casas más adelante, y repetía el canto y la petición, hasta recorrer toda la ciudad. Muchos hacían burla ele él y le tenían por loco. Otros en cambio prorrumpían en lágrimas ele emoción al ver cuán pronto había llegado desde su antigua liviandad y vanidad mundana hasta aquella embria– guez ele amor divino. É,J, por su parte, despreciaba todas las burlas y daba gracias a Dios con ardiente corazón. Pronto tuvo reunido el material necesario para dar comienzo a su obra. También se presentaron algunas buenas gentes que gustosamente le prestaron ayuda. Más numerosos eran los curiosos que se estaban con la boca abierta mirando al hijo del mercader convertido en can– tero y albañil. Francisco a todos animaba a que colaborasen, explican– do en francés, con palabras vibrantes de entusiasmo, lo agradable que era a Dios tal empresa, el grande bien que se haría a través de los siglos en aquella iglesia que él estaba restaurando, y las mercedes que el santo Crucifijo ele San Damián otorgaría a sus adoradores. Más eficaz que su palabra era su ejemplo. Él, que con tantos mimos se había criado en casa de su padre, llevaba ahora a cuestas piedras y mortero, y fatigaba ele mil maneras sus delicados miembros en el servicio personal del Señor. Y en medio de todo ello estaba siempre de buen humor y lleno de santo regocijo, bromeando y cantando de la (ro) Cel. I, 21 (B. A. C., 299); lord., n. I. (II) "No sigue otra regla que la de su corazón, ni otra disciplina que la de un solitario de un libro de caballerías". GrLLET, l. c., 758.

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