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68 EL CABALLERO DE CRISTO FRANCISCO DE ASÍS dicidad? Mas todo esto no era capaz de empañar ni la superficie de su alma, cuánto menos de agitar y enturbiar el fondo de la misma. Hasta ahora la Providencia lo había guiado fielmente ele manera visible, casi palpable, y siempre sumamente amorosa se había encon– trado en todos los cruces ele sus caminos. Era "libre y seguro" (3) como jamás lo había sido caballero alguno. Así fué caminando sin nin– gún cuidado al lado ele su Dama Pobreza. "Sólo la muralla del cuerpo le separaba de la contemplación divina" - advierte su primer bió– grafo (4). Francisco paladeaba formalmente esa felicidad y le hubiera pare– cido nna profanación el llevarla entre los hombres. Quería saborear– b y cant:,rla en silencioso secreto, a solas con Dios y consigo mismo. Su paso era decidido. Lanzósc por la puerta de la ciudad, sobre la cual estaba escrito : "Haec est porta, qua vaditur in :.\farchiarn", y donde aún hoy pueden leerse estas palabras: "Por esta puerta se va a la Marca''. Después tomó hacia el norte uno ele los muchos sende– ros que llevan a la cumbre del monte Subasio. La naturaleza entera, que entonces despertaba del sueño invernal. estaba acordada al unísono con el corazón de Francisco. El aire era puro y fragante. Solamente en las cumbres y en los barrancos del monte quedaban aún jirones ele nieve. Las laderas aspiraban con avidez el tibio sol de marzo. Lo.~ almendros estaban en flor. De cada poro de la tierra brotaba nueva vida. En los bosques gorjeaban los pájaros mientras hacían sus nidos. Fuera de eso, solemne silencio en todas partes, corno si el mundo se inclinara respetuoso al paso ele su Creador. Sobrevínole a Francisco un estremecimiento de devoción. El pen– samiento de la grandeza y amor de Dios se adueñó ele él. Los viejos cantos caballerescos acudieron inYoluntariarnente a sus labios v se convirtieron en himno al Altísimo. Como trovador espiritual, hiz¿ re– sonar las alabanzas de Dios en lengua francesa por bosques y campos. Había pasado ya la cima del monte y siguiendo la ribera izquier– da del Chiagio, había llegado a Valfabbrica, y de allí a las inmedia– ciones de Caprignone, cuando ya atardecía. Su voz despertó las sos– pechas de una partida ele bandidos acampados en aquella comarca. Los ladrones corrieron a su encuentro y le preguntaron quién era. "¿ Qué os importa a vosotros? - les replicó -. Soy el heraldo del gran rey". (3) Bonav., 2, 5. (B. A C., 534.) (4) Ce/. I, 15. (B. A. C., 295.)
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