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DESPOSORIO CABALLERESCO Había sufrido la prueba de caballero. Gozoso con su victoria miraba al porvenir y se presentaba lleno de confianza dondequiera que iba (10). "Como verdadero caballero de Cristo - advierte Tomás de Ce– lano ( 1 r) - hacíase sordo a tantos vituperios, y en nada ofendido e inmutado por las injurias recibidas, daba gracias a Dios por todo''. Por su parte, el príncipe de las tinieblas procuraba en vano apar– tarlo de su propósito. "El valiente caballero de Cristo - aseguran los Tres Compañeros (12) - burlábase de sus amenazas y rogaba al Señor que enderezara sus caminos". Entretanto regresó Bernardone a su casa y lo primero que hizo f ué preguntar por Francisco. Al enterarse ele su libertad y huída, colmó a Pica ele amargos reproches y se lanzó hacia San Damián, profiriendo terribles amenazas, resuelto a traer a su hijo preso a casa, o desterrarlo para siempre de la comarca. No podía por más tiempo soportar ante el público semejante infamia. Pero ¡ cuál no fné su sor– presa cuando Francisco le salió tranquilo al encuentro y le declaró paladinamente que estaba decidido a servir a sólo Dios y padecer y sobrellevar todo por el nombre de Cristo! Bernardone comprendió qne nada iba a poder contra una voluntad tan resuelta. Su furia se trocó en fría insensibilidad. Iba a perder a su hijo para siempre. Pero, ¿ qué importaba eso, si sn hacienda no sufría con ello menos– cabo? Y así pidió bruscamente la devolución del dinero obtenido con la venta del caballo y mercancías. Francisco se apresuró a traerle el importe, pues la bolsa estaba todavía en el alféizar de la ventana. Al ver brillar el oro recobrado se amansó algún tanto la cólera ele Bernarclone, pero al mismo tiempo aumentó su codicia. ¿ Era eso todo? Francisco ¿ no presentaría más tarde reclamaciones a la herencia paterna? ¿No continuaría cubriendo de infamia a la familia con su extraño comportamiento? Era preciso que indemnizara todo públicamente, que renunciara a toda pretensión a la hacienda y que se fuera desterrado ele la patria, según tenían previsto para semejantes casos los estatutos comu– nales (13). Con esta querella se presentó Bernardone a las autoridades ele la ciudad. Éstas enviaron un alguacil a San Damián para citar a Fran– cisco. Mas el reo rechazó la citación con toda cortesía, pero también (ro) Ce!. I, 13; Socii, 18. (B. A. C., 294, 807.) (rr) I, II. (B. A. C., 293.) (12) Socii, 12. (B. A. C., 803.) (13) FoRTINI, 162, n. 5.
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