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60 EL CABALLERO DE CRISTO FRANCISCO DE ASÍS Después ele tenerlo varios días de hambre, creyó llegado el mo– mento de forzarlo a ceder. Comenzó con palabras ele ruego; ele los ruegos pasó a las amenazas, y por fin recurrió a los golpes y cadenas. Pero Francisco siguió inalterable. Con filial amor y manseclnmbre trató de tranquilizar y ciar explicasiones al padre. Mas éste exigió inexorablemente que el hijo cesara en su loca conducta y volviese al mostrador de la tienda. Por fin, como todos los medios resultaban inútiles, encerró nuevamente a su hijo bajo llave y partió para un viaje de negocios (9). Entretanto Pica quedó en casa con Francisco y su hermano menor, c\ngel. Alegróse de ello, pues sufría lo indecible por la desavenencia entre padre e hijo. No era prudente oponer objeciones y hacer re– sistencia a sn marido. Como mujer sensata y prudente ,sabía que con eso no lograría sino aumentar su furia y empeorar la sitnación de Francisco. Sufría, pues, en silencio y confiaba en Dios, que traería a su debido tiempo consejo y ayuda. Después ele la partida de Ber– narclone, le pareció llegada esa coyuntura. Aprovechó la ocasión para arreglar el enojoso asunto, para reconciliar y unir de nuevo a padre r hijo. Con toda la ternura ele que sólo es capaz una esposa angustiada y una madre amorosa, insistió sobre Francisco, le rogó y conjuró que cesara en sns extravagancias. Pero Francisco mantúvose constante. Aunque el amor del corazón materno era ciertamente para él una tentación mayor que la ira del padre, no cabía pensar en ceder. No debía ni podía pertenecer más que a Dios. Por fin Pica se convenció ele ello. Y como sabía, a fuer de buena cristiana, que es preciso obedecer a Dios antes r1ue a los hombres. y que a los padres no les asiste el derecho de oponerse a la vocación bien reconocida de sus hijos, no quiso porfiar más. Soltó las cadenas con que estaba atado su hijo, abrió las puertas de la cárcel y dejó lihre al prisionero. Fné nn paso que sólo pudo arriesgarse a dar el amor de una madre fundado en el temor de Dios, y que le depara– ha no pequeñas desazones para el porvenir. Francisco dió gracias a Dios y a su madre por la libertad y vol– vió sin tardanza a San Damián, su lugar de refugio y su teatro de lucha espiritual. Ahora se sentía más decidido y fuerte que nunca. (9) Cel. I, w-r2: Socii, t6-r8. (B. A. C., 292 y sig., 807.) - Según las ordenanzas de las ciudades medievales, el padre tenía facultad para poner en prisión a un hijo pródigo. Podía encadenarlo, meterlo en la cárcel y maltratarlo a discreción en su propia casa. únicamente estaba obligado a darle el alimento necesario. Cfr. PASQUALE Vn.LARI, J ¡,rimi due sccoli della storia di Fircn:::e, Florencia, 1893, vol. II, 47 y sigs.

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