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DESPOSORIO CABALLERESCO 57 el secreto a su padre, ya que éste lo tomaría por una venada de stt hijo extravagante. No quedaba, pues, otro remedio que acudir a un ardid. Francisco se inclinó profunda y respetuosamente ante el Crucifijo de San Damián, dejó la capilla y corrió a su casa. Al día siguiente declaró que quería ir al mercado ele Foligno. Agrabable sorpresa para Bernarclone. Por fin su hijo mayor se preocupaba del negocio. Por fin despertaba en él ele nuevo el mercader. Bernardone nunca había dado su consentimiento con más alegría. Francisco se armó con la señal de la santa cruz, ensilló su caballo, lo cargó ele fardos de paño precioso y partió para Foligno, centro comercial ele Umbría. Llegado a la ciudad vendió cuanto llevaba con– sigo : paño, caballo, silla y arneses. Después emprendió la vuelta a pie. Debía pasar por junto a San Damián. Allí se detuvo, acercóse a don Pietro, le besó devotamente la mano y le alargó la bolsa de dine– ro, advirtiéndole que ofrecía asimismo su persona como propiedad ele la capilla. El sacerdote quedó mudo ele estupor. Poco antes aquel joven había hecho ya una fundación y ¡ ahora nuevamente una cantidad mayor! ¿ No se opondría el viejo Bernardone a la generosidad de su hijo? Y Francisco ¿ no querría meter en embrollos al sacerdote? Pero ¡ si todos conocían sus sentimientos mundanos y que no soñaba sino en alegres fiestas y ambiciosas empresas! Don Pietro no se fió de la oferta y rechazó el dinero. Mas no por ello Francisco cambió ele parecer. Con toda franqueza y con aquella confianza sin límites que en tocio tiempo manifestó al sacerdote, comenzó a contarle cómo Dios le había convertido de hom– bre mundano en caballero suyo y cómo el mismo Cristo Crucificado, allí, en aquella capilla, le había tomado a su servicio y le había orde– nado que reparara la iglesia de San Damián; que quería comenzar en seguida la obra y una sola cosa pedía al reverendo sacerdote: que le permitiera quedarse allí como oblato por amor de Dios; pues, como se había consagrado al servicio de Dios, no pensaba volver a la casa paterna, sino que estaba resuelto a llevar una vida espiritual. Y dijo esto con tal calor ele convicción y con tan inflexible resolt1r ción, que don Pietro no pudo dudar de la verdad de esas manifesta– ciones. Temía únicamente la venganza ele Bernardone. Mas Francisco le rogó y suplicó con tantas instancias que se le consintiera vivir a la sombra de la capilla que, al fin, don Pietro accedió a ello, pues Fran– cisco era ya mayor de edad y dueño de su destino. No obstante el sacerdote rechazó decididamente el dinero. que Bernardone podía re– clamar. Entonces Francisco lo arrojó desde fuera por una ventana
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