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EL CADALLERO DE CRISTO FRANCISCO DE ASÍS breza tan desconocida, despreciada y esquivada por todos, era un aci– cate más para elegirla por esposa. Como tenía una intensa inclinación y habilidad para dar vida, con– cretar y personificar todas las cosas inanimadas y abstractas, le fné fácil figurarse el espíritu y la virtud de la pobreza como una señora viviente, concreta, personal : como Dama Pobreza. Y llegó el momento solemne de ser consagrado caballero en San Damián. El mismo Cristo crucificado le habló y le tomó a su servicio personal. Por el mero hecho estaba evidentemente destinado al ser– vicio de amor ele aquella esposa pobre, pero ele sangre real, que el Salvador se había escogido para guardarle fidelidad desde Belén hasta el Gólgota y morir abrazado a ella en el patíbulo ele la cruz. Para Francisco, que conocía muy bien el lenguaje ele los trovadores (7), no quedaba ya ningún enigma: si estaba obligado como vasallo a su Señor, lo estaba igualmente como trovador caballeresco a Dama Po– breza. Más aún. Como esta esposa celestial se mantenía desde la muerte en cruz ele su divino Esposo, huérfana y abandonada, el nuevo caba– llero de Cristo debía tomarla en lugar de Cristo por su señora y es– posa. No sólo era preciso servirla, alabarla y venerarla con amor y cariño, sino incluso hacerse semejante a ella por un total desprendi– miento ele todas las cosas terrenas. De ello distaba mucho, a pesar ele que su alma se hallaba ya entregada a la esposa Pobreza. Seguía sien– do aún el hijo ele un rico comerciante, a quien nada faltaba y que a tocio tenía derecho. Pero con lealtad caballeresca discurrió medios y arhitrios para acabar con cuanto le separaba ele la noble Dama Pobreza. La solución del conflicto no parecía demasiado difícil. En Asís y en otras partes ocurría por entonces con frecuencia que personas piadosas se ofrecían a una iglesia juntamente con su hacienda, con el fin ele vivir allí para Dios y para la salvación ele su alma. Tal era el propó– sito de Francisco. Quería consagrarse como oblato a la iglesia de San Damián, donde le había hablado el Crucifijo. Se dedicaría con todas sus fuerzas a reparar la casa ele Dios, a que se refería sin eluda la orden recibida. En virtud ele este mandato del cielo. creíase natural– mente autorizado a distraer ele la hacienda familiar la cantidad nece– saria. De buena gana renunció a todos los demás derechos a la heren– cia paterna, para recorrer en adelante el camino ele la vida como es– poso ele la noble Dama Pobreza. Pero, ¿ cómo poner en práctica ese propósito? No podía descubrir (7) Véase pág. 17.
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