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CAPÍTULO VI DESPOSORIO CABALLERESCO Una cosa faltaba aún al Caballero de Cristo: la noble esposa en quien tanto tiempo había soñado. La caballería no era concebible sin el amor de la mujer. El ca– ballero no podía prescindir ele la dama de su corazón, bien estuviera unido con ella por los vínculos del matrimonio cristiano, bien la pre– tendiera con ardiente amor, o bien la tuviera al menos ante sus ojos como símbolo de consagración religiosa. La mujer, a quien él llamaba su señora, le daba "el prez", un recuerdo de su favor, por el cual se distinguía de todos los demás. En el ardor del torneo ella estimulaba su valentía. "Vive Dios, que es un bravo caballero" - exclamaba la dama, cuando la lucha alcan– zaba su punto culminante-. "Así Dios me sea propicio, como yo le soy a ella'' - respondía el caballero. Ningún torneo o justa acababa sin organizar un paso de armas en honor ele las c;lamas. En los lejanos países en el fragor de la batalla, en la vida de campamento el caballero conservaba fielmente el recuerdo de su clama, para seguir siempre valiente y guardarse de toda acción menos noble. El rendirle homenaje, protegerla, estar a su lado como servidor era para él un deber tan sagrado como la fidelidad y lealtad a su señor feudal. Verdad es que el culto caballeresco ele la mujer no se mantuvo siem– pre a esa altura. Más de un bravo campeón fué víctima del "eterno femenino". En los héroes ele la Canción ele Rolclán y en la más anti– g-ua época de la caballería no aparece por ninguna parte tal debilidad. Pero los romances de la Tabla Redonda pagan ya un tributo dema– siado subido a la galantería. Por fin, la poesía provenzal ele los tro– vadores se regodeaba en devaneos eróticos ·y con frecuencia hasta en ardiente pasión ( I ). Mas esto era indicio ele que la caballería había degenerado. El (r) \'éase pág. 18.

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