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LA CONSAGRACIÓN DE CABALLERO -1 :, vió la cabeza hacia atrás: el leproso había desaparecido. Su corazón se llenó de asombro y alegría, al ver que el mismo Salvador se había dignado aparecérsele bajo la figura ele un leproso. Cantó por ello alabanzas a Dios y prometió mortificarse aún más en adelante y aspi– rar únicamente a la unión con el Altísimo (9). Marchó a su casa, se proveyó de dinero y con él corrió a la lepro– sería de San Salvatore delle Pareti, situada al pie de Asís. Allí reunió a los enfermos, clió limosna a cada uno de ellos v les besó la mano. Desde entonces dirigíase también con frecnencia · a otras leproserías de los contornos, obsequiaba a sus moradores y desplegaba con ellos delicadezas tales cuales apenas podía tener una madre para su hijo único enfermo. Todo, porque en cada leproso veía ahora al mismo Salvador crucificado (ro). A una con ese heroísmo de penitencia y caridad crecía su unión cada vez más íntima con Dios. Acompañado ele su amigo, continuó sus visitas a la cueva del Subasio, so pretexto de retirar el tesoro es– condido. Visitaba también muchas veces las iglesias y capillas, de las cuales existen muchas aún hoy dentro ele Asís y en sus aledaños. En tiempo del Santo había unas cien (Ir). Pero con preferencia dirigía sus pasos a la iglesita de San Da– mián, situada a corta distancia de la puerta oriental de la ciudad, en medio de un bosquecillo de cipreses y olivos. Aquella casa ele Dios era entonces casi una ruina, abandonada ele todos. únicamente se cuidaba ele ella un pobre sacerdote, llamado don Pietro, según la tra– dición. Encerraba un solo tesoro., un venerable crucifijo, que pronto habían de tomar bajo su cnstodia las Pobres Damas de San Damián. Más tarde lo llevaron consigo, como preciosa reliquia, a Santa Chiara, donde actualmente se conserva. La imagen ele Cristo, de estilo bizantino, es de una expresión arrebatadora. El Salvador, dulce y grave y lleno de majestad al mismo tiempo, penetra con su mirada hasta el fondo de las almas y exhorta a su imitación. Allí es donde mejor oraba Francisco, y allí sucedió el prodigio decisivo para todo su porvenir. Cierto día que de hinojos suplicaba durante largo rato y con repe– tidas instancias al divino Salvador, pidiéndole luz y fuerza, oyó desde la cruz claras y distintas estas palabras: "Francisco, ¿ no ves que mi (9) Cel. II, 9; Socii, II; Bonm'., I, 5. (B. A. C., ubi supra). (IO) Ibídem. (II) FoRTINI (384 y sig.) trae la lista de todas ellas, indicando las fechas en que figuran por primera vez en los archivos de la catedral de San Rufino.

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