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} 50 EL CABALLERO DE CRISTO Fl{ANCISCO DE ASIS estando un día rogando con gran fervor a Cristo crucificado, recibió esta respuesta: "Francisco, si quieres cumplir mi voluntad, debes me– nospreciar y abominar de todo lo que has amado y buscado carnalmen– te. Luego que hayas comenzado a hacerlo con seriedad, te será amargo e insoportable todo lo que antes te parecía dulce y agradable y lo que antes te infundía temor y asco, te producirá gran dulcedumbre e in– decible agrado" (6). Francisco recibió ese mensaje con gran júbilo y resolución, aun– que bien adivinaba de qué se trataba. De siempre había sentido una repugnancia invencible hacia los hombres de mal aspecto y en especial hacia los leprosos. El solo pensar en éstos, que son los más miserables de todos los enfermos, le hacía estremecerse. Su proximidad le era tan insoportable que, según confesó más tarde, volvía la cabeza y se tapaba las narices tan pronto como divisaba a dos millas ele distancia una leprosería. Y no es que fuera indiferente para su desgracia; sino que la repugnancia era más fuerte que su compasión, y si alguna vez acer– taba a tropezar con un leproso, le daba limm;na por medio de tercera persona, mientras él se alejaba presuroso (7'). Ahora bien, esto no se conciliaba con la vocación a la caballería de Cristo. Jesucristo había distinguido a los leprosos con especial amor; y de Él estaba escrito: "Verdaderamente Él llevó nuestras enfermecla– ~les y cargó sobre sí nuestros dolores, y nosotros lo tuvimos por lepro– so, por herido de Dios y abatido" (8). Por eso también la Iglesia y la fe de la Edad t:Iedia veían en los leprosos al mismo Salvador que, como ellos, había siclo arrojado del mundo y considerado como el desecho, como varón de dolores. Y un caballero destinado al servicio del Salvador, ¿ no vencería su repugnancia hacia los leprosos? Sumido en estas consideraciones iba cierto día Francisco a caba– llo por la llanada de Asís. Su alma se consumía de vengüenza. No cabía duda que el, Señor le había exhortado a vencerse heroicamente a sí mismo y reconciliarse con los leprosos. De pronto, en un recodo del camino, vió ante sí a una de esas lastimosas criaturas. Estremecióse ante encuentro tan inesperado; pero al momento recordó el aviso que había recibido, de vencerse a sí propio, si quería ser caballero <le Cristo; y dominándose rápidamente, saltó del caballo, alargó una moneda al leproso y le dió un beso fraternal. Después montó de nuevo y siguió gozoso camino adelante por aquel campo abierto y llano. Vol- (6) Cel. II, 9; Socii, II; Bonav., r, 5. (B. A. C., 391, 803, 529.) (7) Ce!., I, 17; II, 9; Socii, 11. (B. A. C., 296 et ibídem). (8) Is., 53, 4.

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