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EL CAT:ALLERO DE CRlSTO FRAXCISCO DE ASÍS viera planeando su casamiento y le importunaban: "Francisco, ¿ quie– res, por ventura, tomar mujer?" Él replicaba con viveza, como lo había hecho ya anteriormente: '· Sí, voy a tomar la más hermosa y noble esposa que jamás habéis visto; una esposa que sohresale entre todas por su arrebatadora belleza y aventaja a todas en sabiduría'' (4). Iba descubriendo cada vez con más claridad que Dios le tenía destinada la santa pobreza como compañera ele su vida. Desde entonces salió, en efrcto, a pretender a esa esposa. En pri– mer lugar hizo suya la cau,;a de los pobres. Si hasta entonces había sido hienhechnr de todo~ los mem'sterosos, en adelante los tuvo metidos en su corazón, dándoles limosna;; con más alegría y en mayor abun– dancia. Siempre que encontraba en la calle a algún mendigo, le daba dinero. Si casualmente no lo llevaba consigo, le entregaba su gorra o su,; zapatos, para no despedir :d pobre con las manos vacías. Y si tampoco eso tenía, se retiraba con disimulo a un lugar oculto, se qui– taba la camisa y se la enviaba al pordiosero, rogándole que la recibiera por amor de Dios. Compraba también objetos de iglesia y los mandaba secretamente a sacerdotes pobres. Cuando en ausencia de Pedro Bernardone, acertaba a comer solo con su madre, ponía cubiertos en toda la mesa, como si la familia com– pleta estuviera en casa. Doña Pica le preguntaba por qué ponía tantos panes. Él respondía: "Ln hago para repartir limosna a los pobres, ptlf's tengo hecho promesa de dar a todo el qne me pide por amor de Dios". Y la madre se lo consentía, porque lo amaba más que a todos sus otros hijos. Y sentía una grande alegría y hasta verdadera admiración por la bondad de corazón de su predilecto. Esto aún era poco para él. Quería ser no sólo bienhechor sino ami– go de todos y cada uno de los pobres. Anteriormente sólo había tenido corazi'm y sentimientos para sus compañeros ele diversiones terrenas. Nunca había tenido valor para resistir a su reclamo. Apenas oía su llamada, lo abandonaba todo y les seguía por todas partes. Si pasaban por junto a su casa, mientras él estaba sentado a la mesa con los suyos, se abalanzaba a la calle. aunque apenas hubiera comenzado a comer, con gran sentimienlo de ,,us padres. Pues esas mismas atenciones y amor demostraba ahora a los ¡iolires. Su mayor placer era verlos, en- tretenerse con ellos y colmarlos ele regalos. · Suspiraba asimismo por hacerse igual a ellos. Transformado por la divina gracia, deseaba, aunque seglar todavía. vivir en alguna ciudad extranjera, donde siendo desconocido, pudiera cambiar sus ricos vestí- (4) Ce/. I, 7; Socii. 12. (B. A. C., 291.)
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