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CAPÍ1TLO V L:\. CONSAGH.ACJON DE C:\.BALLtmo La noticia ¿le la repentina vuelta de Francisco corrió por la ciudad como reguero ele pólvora. Ni jóvenes ni viejos acertaban a descifrar el enigma, sobre todo porque Francisco, a pesar del incidente, seguía de excelente humor. Si alguien intentaba penetrar en su secreto, reci– ]JÍa esta respuesta esperanzadora: ''Cierto r1ue no voy a Apulia, pero no obstante seré un gran príncipe" ( I ). Con tudo, interiormente no veía aún muy claro su porvenir. Una sola cosa era segura: que debía servir al Seííor Dios como caballero espiritual. En cambio no conocía en qué había ele consistir ese ser– vicio ni qué pretendía Dios de él, ni cómo había de cumplirlo. Segura– mente el Seííor, que lo había llamado, seguiría guiándolo en su camino. Por de pronto se trataba ele adaptarse a la nueva profesión, hacerse fiel vasallo ele Dios y prepararse así para recibir el espaldarazo espi– ritual. Para ello el mayor obstáculo encontró en sus amigos de juventud. Éstos, como sabían que renunciaba a su viaje ele Apulia, pero no a sus ambiciosos proyectos, creyeron naturalmente que continuaría con ellos su antigua vida de jolgorio. Por más que se resistió, eligiéronle de nuevo caudillo (podesta) y lo lanzaron a una alegre fiesta. Francisco cedió una vez más, sólo por no parecer avaro y mezquino. Hizo preparar un gran banquete, con– vocó a sus antiguos compinches y los agasajó con liberalidad realmen– te caballeresca, aunque su alma. entre tanto, estuvo toda la noche su– mergida en Dios. Cuando sus camaradas comieron y bebieron mucho más de lo necesario, recorrieron como de costumbre las calles de la ciudad a media noche, cantando alegres canciones. Francisco les seguía, empuííando con su derecha una vara como (r) Sacii, (i. (B, A. C., 799.l

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