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-1A EL CAGALLERO DE CRISTO FRAXCISCO DE ASÍS iíor feudal. supremo Emperador del cielo, y vasallo feudal, hombre va– sallo. El extraño mensaje no era ni un engaño ni una quimera. Dado su estado de ánimo que sólo aspiraba a grandezas mundanas y bienes terrenos, no habría podido Francisco tener una alucinación ele cosas espirituales y snpraterrenas. La alucinación redúcese a representar cosas que le son familiares al alucinado; siempre dice relación a sus ideas fijas; lirnítase a proyectar al exterior aquellas imágenes que él acaricia en la vida interior de su alma. Debía, pues, ele ser verdad que Dios llamaba a Francisco a una caba1lería totalmente distinta de la que él hasta entonces había so– ñado. Nunca en su vida dudó de esta verdad (prueba irrebatible de que la visión no había siclo un mero sueño), corno no clnclaba ahora de h verdad ele lo que había oído. Esto produjo en él nn completo cambio de sentimientos. Pues si antes no cabía en sí ele gozo pensando en las cosas terrenas que espera– ha, ahora no acertaba casi a dominar su profunda conmoción interior por los bienes espiritnales que acababan de prometerle. El sueño había hnído de sus ojos. Al apuntar el día, saltó de su lecho, hizo ensillar su caballo y em– prendió el regreso hacia Asís. Lleno de santo entusiasmo sometióse a la voluntad divina que, aun– que desconocida aún, lo iba guiando desde hacía mucho tiempo. Fir– memente resuelto a seguir la voz rle Dios, se propuso cambiar las armas carnales por las espirituale~, la gloria de caballero mundano por la gloria religiosa (21). Ayer había partido ele Asís como escudero de nn vasallo; hoy volvía para ser caballero del Emperador del cielo. (21) Ce/. II, 6; Socii. 6. (B. A. C., nbi supra.)

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