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ÉPOCA Y AMllIENTE CAllALLERESCOS II y sírvete de ella para defenderte a ti mismo y a la santa Iglesia de Cristo, y para combatir a los enemigos de la cruz de Cristo y de la fe cristiana" (4). Los dos primeros mandamientos del decálogo del caballero eran: "Cree todo lo que enseña la Iglesia y observa todo lo que manda. Protege a la Iglesia" (5). Cada mañana, al asistir al santo sacrificio de la misa, el caballero sacaba la espada para el Evan– gelio y la mantenía desenvainada en sus manos mientras duraba la lectura. Con esta gallarda actitud quería decir: "Siempre que se trate de defender el Evangelio y la Iglesia, estoy dispuesto". Este era el primer objeto y el útimo fin de la caballería: Arriesgar, con valor y energía, hasta la última gota ele su sangre para la conservación y aumento del reino de Dios. La caballería era la fuerza armada al servicio de la verdad desarmada (6). Cuando más grande se mostró, fué en las Cruzadas, en aquella lucha gigantesca contra el Islam, que avanzaba por el poniente, por mediodía y por el oriente. Los inmensos ejércitos mahometanos ame– nazaban con inundar todo el Occidente, destruir la religión y el im– perio, aniquilar la cultura y la civilización. Lo que más aflicción causa– ba a la cristiandad era ver los Lugares Santos de nuestra Redención en Palestina ocupados e ignominiosamente profanados por el Islam. Bajo el dominio de los turcos seldyúcidas (desde 1073) la situación en Palestina se hizo insoportable para los habitantes cristianos y para los peregrinos forasteros. Era preciso a toda costa quebrantar el poder ele la Media Luna y recuperar la Tierra Santa. Clérigos y legos se alzaron ardiendo en santa indignación, para resolver de mancomún la gigantesca misión. Los caballeros eran los primeros en tomar la cruz, para vencer o morir por el Salvador. Bien es verdad que algunos se dejaron guiar por un impetuoso ardor natural o por un romántico amor de aven– turas. Pero, sin embargo, el alma del movimiento fué un purísimo entusiasmo religioso, como apenas se había visto otro semejante. Sólo él movió a los cruzados a abandonar mujeres e hijos, casa y hogar y patria, y a arrostrar trabajos sin cuento. No había en ellos vacila– ción alguna, cuando se trataba de mostrarse como "vasallos de Dios", (4) FRANZ, Die Kirchlichen Bc11ediktione11, Friburgo de Br., I909, II, 293. - Todavía hoy figura en el Pontifical Romano la "Benedictio novi militis". (5) L'Ordene de Chevalerie, ed. BARAZAN, Lausana, I759, IIÓ. (6) "La Caballería, a los ojos de la Iglesia, no fué nunca, no es ahora ni será jamás otra cosa que la fuerza armada al servicio de la verdad desarmada. No creo yo que se haya dado jamás otra más alta, más exacta definición de la misma". GAUTIER, l. c.. 48.

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