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ro EL CABALLERO DE CRISTO FRANCISCO DE ASÍS tados y de los amoríos lascivos, la caballería tal como aparece descrita en los insulsos y eróticos novelones de fines de la Edad Media. Con semejantes excesos y aberraciones nada tenía de común la ci1iténtica caballería, que había crecido bajo la dirección de la Iglesia. Ésta, a medida que iba convirtiendo al Cristianismo las razas ger– mano-romanas, fué también educando a esos impetuosos guerreros y ·haciendo de ellos soldados cristianos con la intención <le aplastar al Islam, enemigo hereditario del nombre cristiano. Para igualarse con los sarracenos, que luchaban a caballo, también los guerreros de Oc– cidente ya desde el siglo IX combatían casi exclusivamente a caballo. Eran desde aquellas fechas "caballeros", de tal manera que la misma palabra "miles", que hasta entonces había designado al soldado de a pie, vino a significar jinete, soldado de a caballo. Sin embargo aún se necesitaron dos siglos de educación cultural y eclesiástica, hasta que estuvieron formadas del todo aquellas magníficas figuras que corres– pondían a la caballería cristiana. La agilidad y robustez de miembros, la valentía e intrepidez ante el enemigo, la maestría en todos los ejer– cicios de la guerra no bastaban para hacer a uno caballero. Éranle además indispensables la humildad y la fidelidad de vasallo, la mo– destia y el pudor, el delicado respeto a todo lo débil, pobre e inocente, la generosidad para con todos, la abnegación y el sacrificio para todos los altos bienes del hombre (2). Por eso dice también el "Pequeño Código Imperial" (hacia 1300): "Para un varón perfecto no podía ha– berse inventado un nombre mejor que el de caballero" (3). Pero las señales propias del caballero eran los sentimientos de fe profunda, el ardiente entusiasmo por Cristo y la decisión a luchar por su reino en la tierra. Ya desde el siglo x el escudero era admitido al estado de caballero por medio de un acto de consagración eclesiástica. Antes de ceñirle la espada, se decía esta oración: "Escucha, Señor, nuestras preces y bendice con la mano de tu majestad esta espada, con la cual desea ser ceñido tu siervo para defender y amparar a las iglesias, a las viudas, a los huérfanos y a todos los servidores de Dios contra la crueldad de los paganos, y para ser el terror de todos aquellos que atentaren contra él". Después el obispo bendecía la es– pada y se la entregaba al nuevo caballero con estas palabras: "Recibe esta espada en nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, (2) Cfr. P. A. WErss, O. P., Die Ent-wicklung des christlicheti Rittertums, en: Hist. J ahrbuch der Giirresgesellschaft I (r88o), ro7-I40; LÉON GAUTIER, La Chevalerie, París, r884, 32 sig.; ROTH voN ScHRECKENSTEIN, Die RitterWÜr– de und der Ritterstand, Friburgo de Br. r886. (3) Das Keyserreclit, III, 4.• ed. ENDEMANN, Cassel, r846, r89.

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