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I 12 , EL CABALLERO DE CRISTO FRA!'-.'CISCO DE ASIS El amador de Pobreza sintióse al instante lleno de indecible gozo, pon1ue al ser saludado nunca había oído palabras más regaladas que las escuchadas en aquella ocasión. Y la visión desapareció (42). Sobre lo cual advierte San Buenaventura (43): "Aquellas pobres señoras da– ban a entender que en el varón ele Dios, la hermosura de la perfección evangélica. pobreza, castidad y obediencia, resplandecía de manera igualmente acabada, aunque él siempre prefería gloriarse ele los pri– vilegios <le la santa pobreza". Todo esto se comprende sin más, si se tiene presente con qué profundidad concebía Francisco la pobreza. Vivir sin propiedad era para él tanto como pertenecer sólo a Dios, despegado ele todo lo te– rreno. "La santa pobreza - solía decir (44) - confunde toda avaricia, tocia codicia y los cuidados de este mundo". "La pobreza es aquella celestial virtud por la que se pisotea todo lo terreno y pasajero, y se apartan los estorbos para que el espíritu humano pueda libremente unirse con su eterno Dios y Señor. Ella hace que el alma. viviendo todavía en la tierra, tenga trato con los ángeles en el cielo" (45), y en la hora ele la muerte, "despegada ele todas las cosas temporales, pueda ir a Cristo" (46). Y con esto llegamos por fin a las consideraciones que nos expli– can por completo el amor caballeresco del Santo a Dama Pobreza. Veía en ella a la Esposa de Cristo y la amaba por causa de su divino Esposo. ¿ No es cierto que Cristo durante su vida entera había estado unido con ella? Desde el más alto trono del cielo bajó el Rey de los án– geles a la tierra, para buscar a la reina Pobreza, tan esquivada y des– preciada ele los hombres. Y he aquí que ella le aguardaba ya con impaciencia en el establo ele Belén en compañía de la gloriosa Virgen Santa María. Ella le acompañó como ficlelísima esposa todo el tiempo de su vida. Él la ensalzó y amó sobre todas las cosas de este mundo. Y cuando sonó la hora de sus afrentas y dolores, y los amigos le aban– donaron, la pobreza ni por un momento se apartó de él. Con él estaba en los improperios y ultrajes; con él perseveró cuando le escupieron, (42) Ce!., II, 93. (B. A. C., 441-442.) (43) Bonav., 7, 6 (B. A. C., 572). - La prueba teológica de que la pobreza es el más excelente de los consejos evangélicos y, por consiguiente, la base de la perfección evangélica, trae San Buenaventura en su tratado De perfectione c·vangelica, e¡. 2, a. I, "Opera", ed. Quaracchi, t. \', 127 sigs. (44) Salutatio virtmum, Opuse., 21. (B. A. C., 67.) (45) Actus, c. 13, n. 22 sig. (46) Ce!. II, 216. (B. A. C., 514.)
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