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Io6 EL CABALLERO DE CRISTO FRANCISCO Dl•: ASÍS siendo ya crecidos, habló la madre de esta manera:- Hijos, no os avergoncéis; pues sois hijos del rey. Id por lo tanto a su palacio y él os dará todo lo necesario-. Y cuando se presentaron al rey, admirado éste de su belleza y viendo en ellos su imagen, les preguntó: -¿ De quién sois hijos? - Respondieron que de aquella pobrecilla mujer que moraba en el desierto. El rey los abrazó con grande gozo, mien– tras decía: -No temáis, pues sois hijos míos; y si a mi mesa comen los extraños, mucho más justo es que comáis vosotros, mis hijos le– gítimos-. Y mandó a la pobre mujer que le enviase a palacio cuantos _ hijos había tenido de él, para allí criarlos" (II). Cuando Francisco hubo acabado su oración. se presentó de nuevo al "querido Señor Papa'', a quien contó la parábola que Dios le había comunicado, y añadió: "Señor Papa, yo soy la pobrecilla mujer, a la cual el Señor embelleció misericordiosamente y de la cual le plugo engendrar hijos legítimos. Ahora bien, el Rey de reyes me declaró que alimentaría a todos los hijos que de mí engendrase, pues quien ali– menta a los extraños, alimentará a los legítimos. Porque si Dios <la bienes temporales a los pecadores para que puedan alimentar a sus hijos, con más razón los concederá a los varones evangélicos que los han merecido". Con esto se desvanecieron todas las dudas del gran pontífice Inocencio, quien bendijo la empresa del Pobrecillo de Dios., fundada únicamente en la Providencia (12). En esta parábola de la mujer pobrecilla, de su real esposo y de los príncipes nacidos de esa unión, descubre Francisco un mundo de ideas y sentimientos auténticamente caballerescos. Por amor a Dama Po– breza el Rey del cielo engendra, ennoblece y alimenta a la familia del "Poverello ". Por eso de allí en adelante "comenzó con sus discípulos a tener trato cada vez más familiar con la santa pobreza, firmemente resuelto a guardarle fidelidad siempre y en todas partes. Y porque, libres de toda solicitud de cosas temporales, sólo les placía la conso– lación celestial, resolvieron y confirmáronse en el propósito de no apartarse de sus brazos, aunque se vieran atormentados con toda suerte de tribulaciones o acometidos de tentaciones violentas" (13). Al componer más tarde las Reglas de la Orden, ese fué el cuidado constante del santo Fundador. Y si bien se vió obligado por el cambio de circunstancias a modificar y ampliar su primitiva legislación, sin (u) Socii, 50. (B. A. C., 825.) (12) Ibídem, 51. (B. A. C., ibídem.) (13) Cel. I, 35. (B. A. C., 3o8.)
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