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EL CABALLERO DE CRISTO Y S\J SEÑOR <)(J Con lealtad y homenaje caballeresco había realizado siempre el mismo Francisco este ideal. Pero a medida que se acercaba al fin de su carrera sobre la tierra, se inflamaba su deseo ele hacer todavía más por su Señor crucificado. Dos años antes ele su muerte, la divina Providencia lo llevó al solitario monte ele Alvernia, donde según su costumbre comenzó la cuaresma en honor del Arcángel San Mi– guel (48). Sintióse más que nunca inundado ele la dulzura ele la di– vina contemplación, y con más fervor que nunca anhelaba conocer y cumplir la voluntad del Altísimo. Y Dios le reveló que abriera el Evangelio y por ese medio le manifestaría Cristo qué era lo más agradable al Señor. Después de hacer fervorosa oración, tomó del altar el libro de los Evangelios y mandó a su compañero Fray León que lo abriera. Abriólo por tres veces, y las tres se encontraron con la historia ele la Pasión ele Cristo. Esto fué para él una prueba ele que antes de separarse ele este mundo debía hacerse conforme al Cruci– ficado en los sufrimientos y dolores, después de haberle imitado hasta entonces en todos los demás respectos. Aunque su cuerpo estaba ya debilitado por el trabajo y aspereza de vida, no por eso se asustó, sino que se dispuso valiente y animoso a sufrir el martirio. Un día, hacia la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, estaba orando de mañana en la ladera del monte. De pronto vió como un serafín con seis alas refulgentes bajaba de las alturas del cielo. En raudo vuelo vino al lugar donde oraba Francisco, y entre las alas apareció la figura de un hombre crucificado, cuyos pies y manos es– taban extendidos en forma ele cruz y clavados a una cruz. Dos alas se elevaban por encima de la cabeza, dos se extendían para volar, y dos cubrían todo el cuerpo. Esta visión llenó a Francisco de alegría y tristeza. Se alegraba de que Cristo, en figura de serafín, le mirase tan amorosamente; pero la crucifixión clavó en su alma la espada del dolor compasivo. Conoció que por amor debía trasformarse en Cristo crucificado. Desapareció la visión; pero dejó en su corazón un ardor maravilloso, e imprimió en su cuerpo una copia no menos admi– rable de las sagradas Llagas. Pues al momento se dejaron ver en sus manos y pies las señales de los clavos, tal como él acababa de (48) Francisco no se contentaba con ayunar una cuaresma desde la fiesta de la Asunción de María hasta la de San Miguel (29 de sept.), sino que, eso aparte, profesaba una especial veneración a ese "gran Príncipe", como él lo llamaba (Cel. II, 197). Buen indicio de sus sentimientos caballerescos. El Arcángel San Miguel, juntamente con San Jorge, era el patrono de los guerreros cristianos y de las órdenes de caballería. En el siglo xn se fundó una Orden de caballería "del ala de San Miguel". Cfr. H. PRUTZ, Die geistlichen Ritterorden, Berlín, 1908, 93.

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