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' EL CAflALLERO DE CRISTO FRANCISCO DE ASIS de la boca del Santo : su tronco subía hasta el cielo y sus brazos llegaban hasta los confines del mundo (41). Fray León percibió en pleno día una cruz maravillosa que se movía ante el rostro de Fran– cisco: de ella pendía Cristo. Y cuando Francisco se paraba, parábase la cruz, y cuando él caminaba, caminaba la cruz, y adondequiera que se volvía, se volvía la cruz. Y despedía tan brillante resplandor que ba– ñaba en clarísima luz no sólo al seráfico varón, sino también la co– marca entera, el aire y el paisaje (42). Como su vida estaba bajo el símbolo de la cruz, así también tribu– tó a ésta un culto profundo : Dondequiera que él y sus discípulos divisaban una cruz, creíanse próximos al tabernáculo del Altísimo y se postraban en tierra en ado– ración (43). Todavía en su Testamento (44) atestigua el Santo: "El Señor me dió tal fe en sus iglesias, que así simplemente adoraba y decía : - Adorámoste, santísimo Señor Jesucristo, aquí y en todas las iglesias que están en todo el mundo, y te bendecimos, po~que por tu santa Cruz redimiste al mundo". Donde más claramente se manifiesta su preferencia por la devo– ción de la cruz es en su "Oficio de la Pasión del Señor", que compuso con salmos apropiados de la Sagrada Escritura, añadiendo por su cuen– ta aquí y allí algunos versículos y oraciones (45). El mero hecho de que se le ocurriera componer un Oficio de la Pasión es ya muy significa– tivo. En la alta Edad Media los fieles solían honrar no los sufrimien– tos, sino el triunfo del Crucificado, a quien por eso representaban en el patíbulo ataviado de corona y manto real. Sólo desde las Cru– zadas se contempló en Él al varón de dolores, y únicamente Francisco ideó dedicarle un Oficio propio. Éste serviría, según palabras del mis– mo Santo, "para promover el culto, el recuerdo y la alabanza de la Pasión del Señor" (46). Verdad es que celebra todos los misterios principales de la vida de Cristo; pero la Cruz se halla en el centro de toda la devoción, y hasta el júbilo por el nacimiento del Niñito de Belén acaba en esta amonestación: "Ofreced al Señor vuestros pro– pios cuerpos en sacrificio y tomad su santa cruz y guardad hasta el fin sus santísimos mandamientos" (47). (41) Cel., ibíd. (42) Actus b. Francisci et Sociorum eius, ed. SABATIER, París, 1902, c. 38, n. 5. (43) Socii, 37. (B. A. C., 818.) · (44) Opuse., 77- (B. A. C., 34.) (45) Opuse., 126-148. (B. A. C., 73-90.) (46) Opuse., 126. (B. A. C., 73.) (47) Ibídem, 148. (B. A. C., 90.)

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