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EL CABALLERO DE CRISTO Y SU SEÑOR 95 Anás, afrentado, azotado y coronado de espinas ante Pilatos, vestido ante el rey Herodes con un manto de burla, escarnecido y desnudado ante todo el pueblo, cubierto de heridas y clavado en la cruz. Yo te recomiendo que recuerdes sus oprobios, te aconsejo que tomes sobre ti su cruz, te exhorto a que vengues su muerte" (28). Recordando esta exhortación, miles ele caballeros tomaban la cruz y pasaban allende el mar, con el propósito ele reconquistar para Cristo y el Cristianismo los Santos Lugares ele nuestra Redención. Los Cru– zados iban animados ele una fe tan sencilla y un amor tan íntimo a la Pasión y Muerte del Salvador, que hoy apenas somos capaces de sentir lo que ellos sentían. Una tenue idea ele esos sentimientos nos clan las canciones ele Cruzada, las cuales sólo conocen dos motivos : el amargo dolor del caballero al tener que abandonar la "dulce" patria y la dama de su corazón, y el ansia ele arriesgar su salud y su vida por el Crucificado. Así cantaban los magníficos campeones (29): '•¡Por Dios l dema– siado tiempo hemos gastado en vanos juegos y torneos. Ahora vaya– mos a vengar la dolorosa ignominia que debe desazonar y avergonzar a cualquiera. En nuestro tiempo se perdió la Tierra Santa, donde Dios padeció y murió por nosotros entre agonías terribles. Si sufriéra– mos ver allí por más tiempo a nuestros mortales enemigos, nuestra vida sería una perpetua infamia. Quien no quiera deshonrarse, vaya alegre por Dios a una muerte gloriosa". Otro caballero trovador comienza así su cantar (30): ''Hermoso Señor Dios, por ti abandono todo lo que yo tanto amaba y quería, por ti pierdo mi corazón y mi alegría (el cantor se refiere a su clama). A ti me entrego por vasallo, hermoso Padre Jesucristo. En ninguna parte podría hallar un señor tan bueno ; el que a tí sirve no puede ser traicionado". Y otros Cruzados exclamaban a su vez hondamente conmovidos (31): "El que fué clavado en la cruz por nosotros, no nos amó con amor falso, sino con perfecta amistad. Tomó la cruz sobre sí por el grande amor que nos tenía. Por pura compasión y con inefable mansedumbre la tomó en sus brazos y la apretó contra su pecho, como sufrido, ino– cente y manso cordero. Después se dejó atravesar los pies y manos con tres clavos y fijar en la cruz ... Nadie puede hacer demasiado (28) E. MrcHAEL, Kultur:::ustii11dc ..., 238-240. (29) Les cha11sons de croisade, publicadas por J. BÉDIER, París, 1909, 33, estrofas IV-V. (30) L. c., 193, estr. IV. (31) L. c., 21, estr. III; 290, estr. III.

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