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F.N l .A All.\UCA.J'-Ü 18-18-1859 85 en cuanto la llama del fuego se amortigua un tanto, no puede darse un paso, dice graciosamf'nte el P. Angel V. Lonig0 «sensa inciampare é rompe; si z"l capo lli qualc/2.é a1nese» sin tropezarse en cualquier trasto y romperse la cabeza. Las rucas de la gente pobre son por el estilo, aunque más reducidas, y por lechos usan pieles de animales disecadas al fuego; pero lo que no falta ni á ricos i1i á pobres es una buena jauría con tantos perros cuantos son los individuos de la familia, y á veces más. · El «cialin)) saludo araucano es sobre manera original; quien quiera que se presente ele visita en r1tca ajena, aunque sea de su tribu ó de sus mismos parientes, debe someterse al siguiente ceremonial. Por de pronto el ,·isitante debe detenerse á caballo unos cuantos pasos antes de llegar á la casa ó ruca y esperar allí á que venga el amo y le dé licencia para apearse. Acto seguido se le conduce á la puerta de la ruca y se le hace sentar en algún tronco de árbol, que nunca falta para estas ocasiones, arrimado á las paredes: si llueve se le prepara un asiento semejante junto al fuego: inmedia– tamente comienza el visitante una historia larga, como de media hora, describiendo minuciosamente el lugar de dond~ viene, (aunque todos lo conozcan) las personas que en él dejó, deteniéndose en detallar la salud de cada una ; luego habla de los parajes por donde ha pasado y ele cuanto ha visto y oído en el camino, repitiendo al modo oriental y con la mayor exactitud posible los diá– logos, que ha tenido con las personas que topó en su viaje: despues de taJt iJtteresantc preludio, se permite de– cir el motivo ele su venida á la ruca .

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