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EN LA AR.AUCA NÍA 1848-1859 83 jamás hablan sin intérprete, aunque conozcan perfecta– mente su lengua ; lo cual obliga al misionero á servirse de tercera persona para comunicarse á los caciques, con quienes forzosamente ha de tratar, antes de establecer un,a Misión, so pena de trabajar en vano. Miran también con soberano desdén á quien se presenta ante ellos con pobre y humilde vestimenta y con aspecto abatido y despreciable; y pa..ra que el Capuchino· no les cause es ta repulsión, es necesario un continente dig-no, y guardar con ellos finas maneras, ajustándose minuciosamente á sus pueriles etiquetas, presentándose siempre acompa– ñado de los que, desde antiguo , se llaman rapz'ta¡¿es de amigos, es decir, un ayudante ó intérprete , que sirva de ministro entre las tribus y el Padre. Este por lo general tiene su casa-misión en un punto céntrico de su jurisdicción, y se compone de una iglesia hecha de tablas, unas pobres habitaciones para él y para sus familiares, y otras piezas independientes, y separadas para hombres y muj eres, donde pasan la noche cuando periódicamente son llamados por grupos á instruirse du– rante diez días y recibir los sacramentos. Los Padres Capuchinos edificaron por su parte escuelas para tener é instruir á su costa los hijos de fieles é infie– les durante los años que sus padres quieran confiár– selos. Todo esto suponía gastos mucho más subidos que lo que alcanzaba la subvenci ón convenida con el Gobierno; pues no hay cajn"tdn de amigos, ni intérprete, ni vigilante, que forzosamente necesita tener el misionero por los campos, para que le dé cuenta de lo que ocurra, que sirvan de valde; hay que remunerarlos, regalarlos y ali– mentarlos, pues son indolentes en sumo grado.
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