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EN LA. AR.AUCA.NÍA. 18~8-185\J cial de la Provincia de la Santísima Trinidad, trabajaron incansables solos entre los indios, 40 años antes que llegaran á Chile los heroicos hijos de San Ignacio (1593), quiénes desde luego, compartieron con los hijos ele San Francisco las misiones evangélicas. Cinco años después de la llegada de los PP. Jesuítas (1598) tuvo lugar el primer levantamiento general de los araucanos contra la dominación espaiíola; en esta memo– rable ocasión los Franciscanos supieron derramar sangre de mártires, semilla insustituible ele nuevas cristiandades; y entre los centenares ele soldados y colonos que fueron degollados bárbaramente, cayeron muchos misioneros en sus puestos ele honor, envueltos en la misma sañuda per– secución y exterminio general. Tan desolada quedó la tierra, que , como dijimos arri– ba, el sefior Obispo de Imperial creyó necesario trasla– dar la Sede á Concepción. La misma suerte corrieron las misiones, que no pudieron ser reconstruidas hasta cuarenta y ocho años clespm:s, cuando, saciado el odio sanguinario ele aquella generación , los PP. Jesuítas consiguieron internarse en el territorio araucano y emprender de nuevo sus correrías apostólicas . Entre tanto los Franciscanos trabajaron sin descanso eu la conservación de las tribus evan~elizadas al lado norte del Bío-Bío, hasta el año t69r , en el que fundaron dos misiones nue,·as entre los araucanos , en Tucapel y en la costa de Arauco. Pero sea por la escasez de personal, pues que debían a tender á casi todo el terreno civilizado en aquellas re– g-iones haciendo las ,·eces de l\írrocos, sea porque pa– reciera más conveniente dividir el campo ele acción entre
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