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;J7. dignamente de su Sede. Así es que el se11:or ?\1uzi se r<:::– tiró con todos los honores que el mismo Gobierno tm-< • precaución de prepararle Insta el momento que se em– barcó en Valparaíso. El pueblo católico de Santiago, lo mismo que el del puerto, con todos los elementos sociales más distinguido~ tributaron una sentida y re,-erente despedida al enviado tlel Papa, que no cesó de hacer el bien que le fué posi– ble hasta el ultimo momento. \:o bien el Cobierno se desembarazó del testigo auto– rizado que protestaba contra sus desmanes, se incautó dl, Ita/to de los bienes de los Regulares, destcrro al lltmo. Seüor Rodríguez, digmsimo Obispo de Santiago. quien amparándose en una carta apologética que, luego de su partida, mande'> á Chile :'.\Ionsefl.or ;\Iuzi justificando su proceder, desautorizó públicamente al intruso YÍcario Cienfuq~os, que por fin - parece abrió los ojos para ver que estaba sin-iendo de instrumento de guerra contra la iglesia Je 1 )íos. El Iltmo. Sr. Rodríguez murió santamente en el destie– rro, víctima de su celo por la libertad de la Iglesia: ) cuando en r 8 2 8 el pueblo chileno con su cordura y fo:: religiosa consiguió sobreponerse á la tiranía y derrocar aquel Cobicrno reformador y sectario, el Sumo PontificE: León XII nombró \'icario :\postólico de la I )iócesis clt: Santiago, al sefior canónigo Don :\Ianuel \'icufia, preco– nizado después primer Arzobispo de Santiago, com(i luego diremos. Tan borrascosos principios tuvo la iglesia católica en los <lías de la Jndependencia de Chile; sus gobernantes se c1-eyeron herederos de los títulns porlos cuales Julio U y Adriano IV habían concedido á los Reyes de Espa•

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