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4G8 i\IISIONES DE LOS rP. CAPUUHINOS hay siempre una chusma de atorrantes ( 1), principalmen– te en las ciudades de Buenos Aires y Rosario, que in– sultan con harta frect:encia á los ministros del culto católico: y aunque las autoridades castigan severa– mente á los culpables, cuando son denunciados, es dolo– roso y humillante que la libertad, tan ampliamente pro– mulgada en aquella hermosa tierra, no pueda ser invocada con el decoro que tiene derecho á exigir, por los que, en nombre de Dios, predican y practican la Religión de la mayoría inmensa del pueblo argentino. En honor de éste hay que añadir que no es él, precisamente, el que así afea la patria, sino que generalmente son los extranjeros, ita– lianos y españoles casi siempre, los que abusan de la hospitalidad generosa que en aquella tierra se les dis– pensa. La misma inmigración, cada día más numerosa, que como factor importantísimo empuja á la República por las vías de la prosperidad material, es un germen disol– vente de la conciencia moral y religiosa: los extranjeros van allá á lzacer plata, y todo lo demás es secundario; hay un detrito social, vaciado diariamente en el puerto de Buc:nos Aires por todas las naciones europeas, que á la larga va pesando mucho en los destinos de la nación. Las autoridades han reprimido, hasta el presente, con mano dura y justiciera las conmociones anarquistas; y recientemente (1910), han dictado leyes de excepción contra los anarquistas, cuya prensa quedó suprimida. (1) Ll aman así en la Argentina a los n tgarnunclos, granuja s y pillos de toda clase que Yi\·en ll e lo que roban, ó de la beneficencia oficial, sin querer trabajar honradamente. Con estos seres tan hon– rados hacen i veces coro de irnrnltos los trabajadores de obras pú– blicas.

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