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E'.11 CHILE Y A li(;ENTINA 31 gaclo el Estado español, desde el advenimiento al trono ele los nietos ele Luis XIV. Los mismos católicos ameri– canos se habían educado en aquella atmósfera jansenista que e11volvió al siglo XVIII y conmo\·ió la iglesia y el Estado en los principios del siglo XIX, después del gran estallido de la Revolución francesa. Las Ordenes religio– sas de las colonias se habían relajado notablemente; y para colmo de males, la mayor parte ele los patriotas que organizaron la independencia americana, habíanse educado en el espíritu y en las doctrinas enciclopedistas de Francia, y estaban, quizá sin saberlo, bajo la influen– cia maléfica de las sociedades secretas, que quisieran ha– ber arrancado á los americanos el amor á España jun– tamente con su fe religiosa, empujándolos por el camino del cisma, á fundar una iglesia nacional, con el fin deter– minado de que muy pronto no tm·iesen religión ni igle– sia alguna. Las repúblicas sud-americanas no fueron concebidas en gracia, según una ingeniosa frase de un buen escritor chileno, sino con el pecado original del espíritu sectario y regalista que dominaba á sus padres. Esta triste realidad se presentaba á los ojos de la Igle– sia como una amenaza contra su progresi,·o desarrollo y que agravaría aún más sus males presentes; de aquí que el clero en general, y principalmente el alto clero y el más sano y celoso, lo mismo que la generalidad de los Regulares, mirasen recelosos la revolución que se hacía en nombre de la patria. La iglesia no aparecía como pa– triota. Y esto que hoy á la distancia de roo años nos parece excusable y aún laudable, fué entonces moti,·o para que aquellos héroes que disputaron á los im·enci– bles realistas el suelo americano por ellos conquistado y

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