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-l-ÜÜ JIIIqONES DE t.0S Pl'. CAPUCHINOS recorrer los pueblos y campos, pagando con las primeras limosnas del ministerio, el dinero que la Curia episcopal de Concepción había adelantado para el viaje de todos. En 1899, encontramos ya darido misiones por las monta– ñas más vecinas á Los Angeles á los PP. Francisco de Allo y Casimiro de Mutilva. Uno de los misioneros, que merece especial mención en este lugar (que creemos el más indicado), fué el V. H. Lego Fr. Miguel de Cirauqui, más conocido con el nombre popular de «Fr. Migttelito, debido á la pequeña estatura y raquítica apariencia de su cuerpo, el cual , no obstante, era animado por un espíritu gigante de pe– nitencia y abnegación. Las tres disciplinas sangrientas, que cada día se daba, y el Vía -Cr-ztczs que recorría dia– riamente cargado con una enorme cruz , que lastimaba cruentamente sus espaldas cubiertas de punLantes cili– cios, no eran óbice para que en la portería del convento de Los Angeles fuera un verdadero misionero. Tal era la edificación del pueblo todo, que su palabra era acep – tada como inspiración, y sus oraciones, de efecto infalible. P uede decirse que, gracias á él, se sostuvo con honor el hábito capuchino durante las amargas vicisitudes de los primeros años de aquella fundaci ón, tan rudamente com– batida, y tan inoportunamente desprovista de personal du rante casi seis años; á pesar de lo cual llegó á arrai– gar tan profundamente el cariño del pueblo al Seráfico Padre, que hasta hoy ha ido siempre en aumento. El día 4 de Junio de 1904 fué un día de duelo en la ciudad de Los Angeles, al saberse la santa muerte de Fr. Mi'g-zte!ito: sus funerales fueron un triunfo, que de– mostró la fama de santidad que supo conquistarse , y que aún dura, no solamente entre los buenos sino aun entre

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