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EN LA ARrnCANÍA. 1889-1910 371 nuestro convento de Santiago albergan con ·relativa fre– cuencia desgraciados indígenas, que, hartos de sufrir ve– jaciones, y esperando que se les haga por fin justicia, acuden al Intendente de la provincia, al Defensor de indígenas de la Corte de Justicia y al Supremo Gobierno en la capital de la República. Parece, en efedo, que exis– tiera una conjuración secreta para acabar con los aborí– genes chilenos : con una raza que, en sentir del P. Alber– to de Cortona, podría ser el brazo armado de la nación en los días de peligro exterior, por su natural belicoso y su bravura jamás desmentida. Tantas fueron en los últimos años las quejas de estos desgraciados y de los pobres colonos nacionales, que la prensa del país y las altas clases sociales se hicieron eco de ellas : eco que fué atendido en el año r 908 por el señor Ministro de Relaciones y Colo:1ización don Fede– rico Puga Borne, el cual se propuso seriamente poner algún remedio á tan grave mal. Para proceder con acier– to en el asunto, llamó á Santiago al Rvdo. P. Sigifredo de Frauenháúsel, misionero capuchino, conocido ya por toda la región con el glorioso riombre de defensor de los indios. Y á fe que lo ha merecido ; porque, sobresaliendo entre sus hermanos y compañeros de trabajo, se ha ocu– pado constantemente en buscar y encontrar remedio ó castigo á las rapiñas de que son víctimas sus queridos . neófitos. De las declaraciones hechas por el Padre 1 en esta ocasión principalmente, se deduce que lus dos grandes inconvenientes con que han de luchar los misioneros entre los araucanos son la poligamia y la hostilidad al extranje– ro. e La primera, dice , desaparecerá por completo el día en que las leyes nacionales la castiguen severam?.nte,

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