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J.:N CHILE Y áltGE:>;'l'IXA 21 ciales y cientil1c3s para poder presentir la existencia de ,\mérica é i11tentar descubrirla. :.\Iás ó menos consciente de este hermoso ideal. el in trepido explorador estaba dominado pur haciendoselo realizable los conocimien- tos geográficos que en su epoca pudo alcanzar, y en gran parte acli\·inar con su genio. \' como si Dios hubiera querido salir fiador único ele aquella gigantesca empresa, dispuso que el insigne Ce– novés no fuera comprendido en los centros científicos, ni en las cortes de Italia, sino que obligado á peregrinar fuera de su Patria, Yiniera á encontrar un refugio para su pobreza y sus sublimes ideales en un pobre convento de San Francisco, aquel insigne Cn·sto, cuya ambición apostólica no pudo caber en los estrechos lími– tes del mundo conocido. Cn humilde franciscano fné. en efecto, el que declarán– dose desde luego protector de Colón le allaÍ1ó los cami– nos para llegar ante cabildos y universidades y ante la misma corte 'de los reyes católicos, hasta que consiguió el valioso patrocinio de la gran Isabel, digna de cefiir sobre su frente la corona de los mundos que iban á en– trar en la iglesia católica. Ya se sabe cómo Espafia tornó sobre sí la responsabilidarl y los gastos dé aquella sin– gular aventura, y cómo bajo su Yictoriosa bandera pudo Colón d::irse á la mar con sus carabelas y lanzarse con– fiado al descubrimiento de América sin saber él mismo á punto fijo dón::.le ni cuándo hallaría tierra firme. En las naves del héroe se embarcaron la Fe de Jesu– cristo y sus primeros apóstoles que, á una con las ar– mas espáñolas, conquistaron para el Hijo de Dios la tierra, que· como herencia natural, le pertenecía. l'..o mismo sucedió con los exploradores y conquistadores

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