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EN LA ARAUCA1"ÍA 1889-1910 335 tuvieron en aquellos años los v1eJOS misioneros. Cada uno de ellos debía de servir dos ó tres Misiones con sus respectivas reducciones cristianas, cuyas necesidades es– pirituales más perentorias les imponían grandes caminatas á caballo por sendas casi intransitables, sobre todo en invierno; y teniendo que atravesar caudalosos ríos con inminente peligro de la vida. El P. Urbano pedía c;Jntinuamente en sus Memorias subsidios extraordinarios para levantar capillas en pleno campo, y facilitar de este modo el ministerio por la co– modidad que ofrecían á los naturales para acudirá instruir– se durante los días en que el Padre se instalaba en ellas para administrar los sacramentos más necesarios. Lejos de retroceder en su apostolado tanto el P. Prefecto como el Vice-Prefecto, durante la ausencia del primero, pro– ponían al Gobierno nuevas fundaciones entre infieles pre · parando así nuevas conquistas en un terreno que creían ya abonado para el Evangelio, mediante el auxilio de los nuevos misioneros que esperaban de un momento á otro. Mas tarde, á fines del gobierno de su sucesor, el Go– bierno autorizó por fin una nueva Misión en Villa Rica ( I 89 7), decretando los sueldos correspondientes para el misionero. Mas el P. Urbano no había de ver cumplidos sus fervorosos anhelos ; tantos trabajos y tantas contra– riedades provocaron en su ánimo y en su salud una crí– sis fatal, agravada notablemente por la hostilidad de mu– chos de los suyos en su proyecto de la venida de los ca– puchinos espafi.oles. 'La conducta, aparentemente inexpli– cable del P. Provincial de Espafi.a, en quien él había de– positado su confianza, justificó, por el momento, los juicios desfavorables que se le objetaron; y, herido en lo

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