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326 MISIONES DI< LOS PP. CAPUCHINOS posible continuar en aquella región, por orden de los Superiores se trasladó al Norte, á la Diócesis de la Se– rena, donde el señor Obispo reclamaba también el minis– terio de los capuchinos españoles; eligió, pues, al P. José como compañero en su visita pastoral; pero como se agravara su enfermedad, al cabo de algunos meses tuvo que regresará España. Este contratiempo puso á prueba otra vez la misión de Boroa; el hermano Antonio se sostuvo solo más de cinco meses esperando otro Padre que sustituyera al Padre José de Calasanz; y entre tanto ayudaba á los po– bres indios espiritual y materialmente con las fuerzas y el piadoso ingenio que le inspiraba su caridad por ellos. Muy escarmentados ya los iñdígenas cie la mala fe de los colonos europeos, que en las cabeceras ele sus campos los explotaban cínicamente, cuando debían ir á proveerse de las cosas necesarias para la vicia, no acudían jamás á sus mercados sino acompañados ele ~u Hermano Antonio, el cual les daba aviso cuando había ele emprender su viaje al pueblo, y al punto se reunían en un grupo de á caballo bajo el amparo y garantía del misionero, ni sol– taban !1i plata hasta que él les hiciera las cuentas: y así llegó á ser su tutor é inseparable amigo; y cuando la enfermedad les ponía ei1 el trance de la muerte, el Her– mano les ayudaba y buscaba un sacerdote de la Misión más próxima, aun á costa de duros sacrificios. No pudo suplirse la falta del Padre por escasez de personal, y el Hermano Antonio fu é llamado al convento de los An– geles. La misión de Bajo Imperial prosperó admirablemente bajo el activo celo del P. José de Patries y los servicios del Hno. Gabriel de Ador, durante cuatro años: levanta-

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