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PEIÜODO DE TRANSICJÓN 1882-1888 293 wé algunos religiosos capuchinos extranjeros, que mora– ban en un convento extra-muros ; y habi'h tdonze persua – dido de que tales religiosos no convenían, pedí á su inmediato Superior, residente en Santiago, que los lle– vase á donde él moraba. Al instante que se divulgó es ta noticia, todo el mundo oficial y oficioso se conmovió . S e me presentó una solicitud firmada por los hombres más 11otables de la ciudad, entre ellos el primer magistrado de la Provincia, el presidente del Tribunal de Apelacio– nes y sus consocios , los' municipales, muchos abogados, ministros públicos, etc., etc. , pidiéndome imperiosamente el reg reso de los capuchinos . A esta arrogante pe tici ón, e llOJl posszmms >> fu é toda y mi única respuesta. Después se me acercaron las sefi.oras nobles ó principales de la ciudad, encabezadas por las esposas de los primeros ma– g istrados , que, arrodilladas y con lágrimas y gemidos, renovaron la misma petición. Pero obtuvieron idéntica cont estación » ( r ). El P . Alber to no dilató un momento en acceder á los deseos del Prelado serenense: sin esperar el desenlace de aquella cues ti ón en tre la ciudad entera y el sefi.or Orrego, que como dice su historiador, ( 2) .. fué ruidosa, y sus consecuencias se hici eron sentir hasta algunos afi.os más tarde», retiró los tres Padres y cerró el con– ve nto-residencia de la Serena, que tan profundas simpa– tías se había conquistado, como lo prueban hasta la evi– dencia las demostraciones de protes ta y sen timien to re– feridas por el mismo sefi.or Obispo, y que en modo al- ll ) J uan R. Ramírez. Op. cit. Lib. JI, cap. II. Púg. ~10. (2! I dem I bídem . P,íg. 20\.l.

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