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, PERÍODO DE 'l'RANSICIÓN' 1882-1888 283 revueltas, que sería muy largo contarlas todas. Muchas veces he estado en peligro de caer víctima de estos sal– vajes; y frecuentemente hice la recomendación de mi alma, creyendo que aquel sería el último momento de mi vid2 . Muchas veces, en esta mi residencia, se han refugia– do gran número de familias cristianas y civilizadas, que , sier,do amenazadas de los indígenas, venían para unir todas las fuerzas y defenderse mutuamente hasta vencer ó morir cerca del sacerdote. » Hasta ahora no ha permitido el Señor que me suce– diese ningún mal, porque los indígenas, aunque me te– nían mala voluntad, por su propio interés se abstenían de violentarme, parte por temor del castigo, parte por– que respetaban al misionero como su protector para con la autoridad gubernativa. » ( r) A raiz del ejemplar castigo que el Gobierno había im– puesto á los araucanos, parece, en efecto, que el senti– miento unánime de vencedorei:; y vencidos fué asegurarse la paz en lo futuro, acogiéndose al medio único de ha– cerla sólida, fundando nuevas Misiones en el territorio mismo donde más despiadada había sido la matanza y la represión; prueba de ello es lo que acabamos de oir al Padre misionero de Boroa, y lo que en sus Memorias nos cuenta el P. Fortunato de Drena (2). « En Abril de r 88 3, dice, se me presentó el buen ca– cique de Petruschen Ambrosio II Paiglialef, pidiéndome que consiguiera del P. Prefecto un misionero para su tribu ». Ya recordarán nuestros lectores que en el capítulo IV (1) L'Araucanía. Cap. VIII, L o, pag. 152. (2) L'Araucanía. Cap. V, pag. 122.
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