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282 llIISIONES DF. I.08 PP. CAPUCHINOS bre de I 883 vine á n~sidir en medio de estos sah-ajes feroces, y no encontré ni una familia cristiana que me recibiese y me diese hospedaje. Durante muchas noches tuve que dormir al sereno sob:·e la desnuda tierra. Des– pués de haber escogido el lugar para edificar la iglesia y la r.asa, y de hn.ber dado orden á mi familiar para que me f:'.dificase una choza provisional, me fuí á la Misión de Imperial, distante de Boroa quince leguas. »Ami vuelta un gran número de indígena e; me salieron al encuentro, á caballo, con grande fiesta y con gritos sal– vajes. ¿Cuál era la causa que les movía á tributarme tal recibimiento? Honraban quizá con esto al ministro de la religión? De ninguna manera, porque nada sabían de religión: era más bien porque creían que el misionero venía cargado de mucha ·plata para distribuirla entre ellos . » Por esta razón al día siguiente se amontonaban alre– dedor de mi choza hombres y mujeres, pidiéndome unos un pafiuelo de seda, otros una camisa, quien un par de zapatos y los más dinero ... ¡¡Dinero!! ¿De dónde lo sa– caría yo, ni dónde lo encontraría? Al salir de Boroa habLt recibido de mi Superior lo suficiente para el viaje y para proveerme de las cosas más necesarias para el momen– to; faltándome por consiguiente lo que era causa de toda aquella algarada y regocijo, se enfrió el entusiasmo arau– cano y me dejaron en paz, de lo cual dí gracias al Sefior, porque así podría buscar carpinteros en región de cris– tianos, y contratar el tiempo en qc1e habían de comenzar la obra, que sería cuando el Gobierno me entregase la suma que había decretado para la fundación de la l\1i– :-;10n. » Desde I 88 3 hasta el presente I 889, ha habido tantas

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