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252 ]l[JSIONES DE LOS PP. CAPUCHINOS puertos de Valparaíso y el Callao, dejando luego tran– quilas las aguas del Pacífico. Este lamentable suceso costó dinero á Chile, que hubo de proveerse de armas, celebrar confederaciones defen– sivas y ofensivas, y ocuparse totalmente en aprestos mi– litares para una guerra tan desigual ; y excusa realmente al Gobierno de que no se ocupara entonces de las atina– da~ observaciones del Prefecto de las :Misiones de la Arau– canía. En esta misma región, y como eco de los sucesos in– dicados , sobrevino una intentona de sublevación general• de los indios contra Chile, deseosos de verse libres de tantas injusticias . Ya lo hacía notar el Padre Prefec to en la Memoria citada al Ministro del Culto. « Los indíge– nas, decía, rechazan el Evangelio, no por odio á Jesucris– to ni á sus ministros , sino por miedo á que la civilización les arranque sus tierras, y so pretexto de beneficiarlos, el sacerdote sea un agente de sus eternos enemigos los lmincas ». Llamaba particularmente la atención del Go– bierno sobre el hecho de que, iniciado el movimiento de rebeli ón en Bajo Imperial , los indios habían contenido sus tropelías, gracias á la decidida intervención é influen– cia de los mision eros, que los calmaron 1 ofreciéndose á representar sus justas quejas ante los Poderes públicos, y á conseguir de ellos protección eficaz para sus bienes y personas. El Gobierno tambi én acudió á sofocar el mal y edificó algunas fortificaciones en la frontera y en las costas de la Araucanía; pero la fuerza moral de la religión, más que las armas y las fortificaciones, fué la que contuvo, por entonces, el furor de los naturales. No se desalen– taron los misioneros ante tales acontecimientos, que les

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