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24() l\I[SIONES I)f,; r.os PP. C~PlJCHIXOS como formadas por neófitos necesitados evidentemente del ministerio fijo de los Padres, como ya lo había he– cho notar su predecesor, y privados « ordinan"is Ecc!es1°rl' subsidiú)) ; de modo que aun considerados como fieies , tenían derecho á las limosnas, y aií.adía, argumentando ad abszwdum, contra los principios de su ilustre conten– diente, que, según ellos, no podría haber Misiones entre infieles, sino donde todos fueran tales; que el l\Iisionero no debía tener en cuenta los infieles rtcién co11\'ertidos, ni los niíios bautizados , sino pasar bautizando por sel– ,·as y campos, y dejar luego á los nuevos cristianos am– parado~ por los Ordinarios, al igual que todos los demás fieles, supuesto que á él se le negaba la facultad de in– verti1· fondos de Cruzada en proveer de iglesias, casas y capillas donde afianzar la fe de los neocon\'ersos, en Yisitas periódicas, ó fundando estaciones permanentes. :'\o decía tanto el doctísimo Obispo de Concepción, sino que su criterio se limitaba á los puntos donde había mayoría de cristianos; pero, á poco que se forzaran sus premisas, se venía á caer en la debatida cuestión del se íior Orrego, del Iltmo. señor Donoso y del Padre Loni– go, sobre el sistema de misiones permanentes. Aún se atrevió el Padre Damián á insinuar al Prelado, que no conocía bastante las regiones y la población de que se– trataba, y que era mucho más prudente y justo atenerse en este punto al criterio de los misioneros que se halla– ban en contacto íntimo y continuado con los indígenas, los cuales, por su ,·eleidad de carácter é ignorancia, nece– sitaban de instrucción y tutela permanent~ en las estacio– nes de Misión á donde los Padres los atraían con mil regalos y ventajas materiales_, para los cuales eran nece– sarios los discutidos subsidios pecuniarios, sobre todo

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