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216 11IISIONH8 DE LOS PP. C,!,PUCHINO;¡ En ella encontró una escena dramática y casi trágica . Los indios, formados en dos escuadrones, armados de palos, lanzas y cuchillas, estaban á punto de venir á las manos. En cuanto apareció el capuchino, el cacique Joachi– págn, que capitaneaba el grupo que defendía á los náu– fragos, adelantóse á su encuentro y le dijo que , luego de haberse ausentado, el cacique Autopán había enar– decido de nuevo los furore::; de los infieles enemigos de los lmineiis y espaiioles, produciéndose en consecuencia vivos altercados en tre los dos bandos. Y que, antes de consentir en que se derramara tanta sangre, él ha bía concertado un duelo personal con Au topán, á condición de que, el que saliese vencedor, dispusiera de la suerte de los cristianos náufragos. Intentó el P. Adeodato impedir aquel singular com– bate; pero, viendo que era inútil, dejó á los caciques que se batieran; y entre tanto, Olavarieta, á indicación del Padre, ordenó sus 29 solclaclc,s en plan ele ataque con los paisanos é indígenas adictos á su causa, dispo– niendo de un total de 400 hombres, preparados á lanzar– se sobre el otro bando, si J oachipágn era vencido. No sucedió así, por fortuna, pues el valeroso y leal cacique dió buena cuenta ele su adversario Autopán, de– rribándolo en tierra herido y completamente vencido . Esta fué la sefial de una infernal gritería producida por los partidarios de Autopán, que huyeron precipita– damente, perseguidos de cerca por un grupo de sus con– trarios. Terminado así aquel trágico incidente, cargáronse las carretas, y el P. Adeodato ordenó la marcha hacia la Misión, encargando al capitán Olavarieta que escoltara

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