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Pero la heroica muerte del bravo capitá,1 no retroceder en su empeño á los conquistadores s1::u que, continuando sus correrías con suerte varia, graron por fin tener á raya á los naturales y cont;ir el país por conquistado para la corona de España. Con todo, es un hecho glorioso para los aborígenes chilenos que no pudieron avenirse jamás con la conquista ,·io · lenta por las armas, contra la cual se revolvían periudi– camente, con irrupciones formidables, sobre ciudades y campos dominados por los españoles, y colonizados los europeos é ind1genas civilizados, arrasando á sangre y fuego cuanto encontraban á su paso. Estas irrupcio– nes tuvieron siempre en jaque á los gobernadores de la colonia, y fueron sin duda mucha parte para que no pros– perara el país tanto cuanto se podía esperar de los es– fuerzos de los misioneros y de las circunstancias fayora– bles del cielo y del suelo. Aún después de declarado Chile independiente tuvo que sufrir estas terribles invasiones de indios, hasta el afio r SS r desde cuya fecha no han osado alzarse más en armas. III. La lnd{'pendem•ia Los pueblos como los individuos llegan en su desarro– llo físico y psicológico á una época, en la cual, adqui– riendo conciencia clara de sus energías, gracias á hts lu– ces y al ambiente en que han nacido y vivido, sienten un prurito irreductible de emanciparse de toda tutela, y de avanzar en el camino de su desarrollo á impulsos de sus propias iniciativas. Las leyes pueden fijar y fijan taxativamente una edad tn que el hombre se declara civilmente independiente de

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