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l!:N LA ARAUCA, N.ÍA. 1854-1859 215 solutamente necesario proceder con mucha prudencia y ajustarse minuciosamente, en el trato con los indios, á sus pueriles etiquetas, como único medio de conciliarse sus voluntades. Ordenó luego á los indios cristianos, que le habían acompafíado, hacer una gran hoguera para alivio de los pobres náufragos, y mandó recados á la Misión para que, sin pérdida de tiempo, se les preparase comidf1 y aloja– miento. Pudo reprimir, con ayuda del cacique Joachipágn, oportunamente llegado, un amago de motín que se inició entre aquella turba, cada vez mayor y más recelosa de la presencia de tanta gente armada en sus tierras. Cuando se creyó asegurado el orden, volvióse el Pa– dre á la Misión para activar cuanto fuese necesario en aquel r:aso, conviniendo antes con Olavarieta en que le enviaría carretones suficientes para trasportar todo el equipaje salvado del naufragio; y que, una vez cargado todo , fuera con toda su gente é impedimenta á la Mi·úón, donde él los esperaría á la caída de la tarde. Llegó la hora convenida: mas los náufragos no llega– ban , lo cual puso alarma en el corazón del P. Adeodato; y montando de nuevo en su caballo quiso él mismo ir por sus huéspedes. No le engafiaban sus temores . En el camino encon– tró un grupo de salvajes subidos sobre unas rocas, em– pefiados en precipitar desde ellas á dos de los ímincas, que temerariamente ·se habían separado de sus compañe– ros, contra la previsora advertencia del Padre misionero. Reprendió éste ásperamente á los bárbaros su atenta– do, y consiguió sacar de entre sus manos los cautivos, á quienes llevó consigo hasta la playa.

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