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E'f LA. ARA.UCA.NÍ. \ 185-1-1859 211 les permitían abastecerse de lo •más necesario para la vida; ellos mismos tuvieron que fabricarse una pobre ruca de cuatro metros cuadrados, donde podían cobijarse, cele– brar el Sto. Sacrificio, hacer oración y ... esperar la hora de Dios, cumpliendo ellos sencillamente la obediencia re– ligiosa. Esta austera vida acabó en pocos días con la salud del P. Cecilio, quien , enfermo de cuidado, se trasladó á la Misión de San José, quedando solo en Toltén el he– roico P. Pedro de Reggio, de quien nos ocuparemos lue– go con la veneración que merece su santa vida. Tres meses soportó aquella difícil situación, hasta que falto de todo medio de subsistencia, se trasladó, con la bendición de su Prelado, á un lugar llamado Queule, seis leguas al sur de Toltén, donde creyó eran más asequi– bles los indígenas y mejor situada una Misión , que sir– viese de escala entre Imperial y Valdi via. Antes de relatar el éxito de es ta nueva tentativa no es tará de más observar que muy luego de haberse reti– rado de Toltén el P. Pedro en el mes de Noviembre de I 854 fondearon en las costas de aquellas tribus dos na– ves de guerra Norte Americanas, sin que se diese aviso previo al Gobierno chileno, el cual , sospechando que se t rataba de fundar allí una colonia de americanos, dió orden que se dirij eran á las mismas costas, dos barcos de guerra chilenos que fueron el Ca:::ador y el llfau!c, é invitó al P. Prefecto Capuchino, que en los mismos días negociaba en la Capital el asunto de aquella Misión, á que formase parte de la exped ición armada, al amparo de la cual conseguiría su intento tan del agrado del Go– bierno, aunque por muy distintos motivos. Aceptó el Padre la oferta; y en llegando á Queule, siguió por ti erra
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