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1'16 UISIONER DE J,OS PP. CAPU CHll'iO, jándo!os e1t amp!/a Nbertad de acúón, se vería muy pron– to renoz,ada la !Lermosa era e,•ang-é!ica de prz·nripios de la {O!om"a. ;\luy natural y muy psicológica nos parece la recomen– dación hecha por el Señor Orrego á la Sociedad Evan– gélica. Nadie podía negar las magníficas campafías apostólicas de los hijos de S. Ignacio, no sólo en la A.raucanía, sino doquiera les ha llamado la mayor glo ria de Dios; así es que un pesimista, el cual, por serlo, prescinde de la realidad, no podía encontrar el remedio del mal que deploraba) sino en lo irrealizable; como si la Compañía de Jesús y la Orden F ranciscana no hubie– ran ,·encido de !techo, en tres sigl os de apos tolado, todas y cada una de las dificultades y mayores de las que existían en I 85..¡_, sin amilanarse ante la barbarie de los araucanos . Pero ya que el mismo docto informante insinúa una idea s1lvaclora, no está bien que la dejemos envuel ta en la penumbrá de sus intenciones personales: la libertad de acúóu: las iniciativas de los Jesuítas hubieran sido bas– tantes á descargar á la Sociedad del peso ele la dirección de las Misiones. ¡¡Evidentemente!!: •hagamos pues la prueba con los medios personales, que hoy contamos, si n mecernos en hermosas ilusiones: dejemos en Nbertad á los hijos de S. Francisco, y veamos si vencen los obs– tácu los ; » tal era la lógica q ue los hechos imponían , á qu ien no informara con ideas preconcebidas. Los mision eros estaban en contacto íntimo con los in– dígenas, vivían con ellos participando de todas sus pri– Yaciones, era pues muy racional fiar ele su criterio: y re– conociéndoseles, como se les reconocía , celo sincero ele trabajar por sus queridos araucanos, no imponerles sis-

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