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118 MISIONES DE LOS PP. CAPUCHINOS lencia por el cacique Marinao y por su hijo C~ilfunao , los cuales, con toda su familia , demostraron gran placer en oír la palabra de Dios. Tan buenas disposiciones hi– cieron concebir á los Padres Misioneros las más hala– güeñas esperanzas de ver pronto todas aquellas tribus reducidas á la fe cristiana. Pero el enemigo del género humano encontró medios en su perfidia para estorbar aquella conquista evangéli– ca, valiéndose de un hermano del mismo Marinao, insti– gado por un cruel cacique vecino llamado Aburto, el cual, habiendo sabido el intento de los Padres, mandó dos espías que investigasen el hecho en casa del mismo lVIarinao, á donde llegaron de noche, y encontraron la familia con versando apaciblemente sobre sus santos pro • yectos; Marinao trató de persuadir de todas maneras á los enviados de Aburto que no había nada que temer de los misioneros; pero todo en vano: y cuando malhu– morados se marcharon los emisarios, el mismo buen ca– cique aconsejó á los Padres que se pusieran en salvo , pues conocía bien la ferocidad de Aburto. Siguieron el consejo y guiados por un indígena lle– garon á San José de la Mariquina, por caminos seguros , aunque extraviados. No eran infundados los temores de Marinao, pues á los pocos días fu é víctima del furor de sus enemigos · ca– pitaneados por su mismo hermano, sucumbiendo 'heroi– camente con su hijo por defender á los misioneros. : Aquellos bárbaros robaron cuanto hubieron á la mano, incendiaron la ruca y se escondieron en el vecino· bos– que; todo lo cual llegó á noticias del P. Adeodato ·por las mujeres y niños de aquella desgraciada familia, que huyendo de la muerte ·se refugiaron en la Misión de San

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