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108 l\IlSION~:R Dl,: LOS PP.< i\.PUCRil\'l ►S > Entré en fila con el P. Tadeo, con mi intérprete y los dos caciques libertados; á nosotros seguían todos los ca– ciques de las tribus allá representadas. ~ Un gran grito fué la señal de partida, y, precedidos de un indígena de estatura casi gigantesca montado sobre un he,moso caballo y empuñando una enorme espada de– senvainada, galopamos á rienda .suelta al rededor ~e la Santa Cruz, saludándola con aullidos prolongados seme– jantes á los mugidos de los bueyes, y con ci ertos ins tru– mentos de madera á manera de flautas. »Después de tres vueltas, la multitud se paró para que reposaran los caballos, y para disparar arcabuces. »En uno de aquellos intervalos uno de los caciques hi – zo matar un corderito y con la sangre hizo rociar Ja cruz. , Les pedí la razón, y ninguno supo dá rmela . ,i Después, á fuerza ele repetidos galopes·, de g ritos y ruidos y de « z,fra d P. J1fúi01tero » , se concluyó la fiest a y se dispersó la mul titud de más de dos mil salvajes, todos ébrios , pero en pa z, cosa apenas' creíble, pues no hay fies ta que no acabe en rifi.as . . •Desde aquel día , mi choza fué asediada de continuas visitas de caciques de las tribus más apartadas y cada uno venía acompafiado de unos cincuenta 6 más de sus hombres que les llaman mocetones: yo debía escuchar con paciencia el acos tumbeaclo saludo de estilo que dura– ba una buena media hora; primero preguntaban por mi salud , como había pasado la noche, y si estaba contento con los Araucanos (ll-fapuches). :t Les agradecía su solicitud en venir tan pronto á sa– ludarme, y después les daba á comer cualquier cosa y algún regalito en cambio del que me habían traído que

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