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EN J, A AUA U CANÜ 1848-]859 106 hlmn.ia , proc~iré defender la inocencia de los araucanos acusados, haciendo reflexiones y exponiendo: ·1 • 0 Que habiendo perecido todos los náufragos en aquella catástrofe, no se conocía todavía ningún testigo de vista, que afirmase que habían sido muertos por los araucanos y no se sabía cómo se había esparcido aquella noticia. :::.e Que habiendo acaecido eso hace pocos meses, b ien podría encontrarse la señal y lugar de las sepulturas de los cadáveres, ele los cual es no se encontraba rastro algt1no. 3- . 0 Q ue los obj etos de los náufragos que tenían los ind ígenas, estaban todos ell os maltratados por las olas y los escolios, y se conocía q ue el mar los había arrojado á la playa . ~ Todo es to prueba qu e los náufragos fueron víctimas de la tempestad , y no del fu ror de los bárbaros. ~·Luego que oyó mi relación el Presidente se puso de pie, y es trechándome fue rtemente las manos me dij o: ~J-fabéú /zedw 101 gran servido d la R epública. • 1 Efec tivamente, sin yo q uererlo, había descubierto que aquel General , pidió tropas al Gobierno con el pretexto dí; hacer la guer ra á los araucanos, para volverlas contra el mismo Gobierno y hacerse nombrar más tard e Presi– dente de la R epúbli ca . · ,Entre tanto, el Minis tro de la Guerra mandó que las tropas dejaran la frontera, y el General, viéndose clescu- · bierto , mandó al Imperial á los mismos que había envia– dÓ án tes para desahogar su venganza contra el misione– ro : pero el P . Constancia estaba ausente, pues había ido á _ una excursión _á Pitrufquen ; se contentaron los enviados

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