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1ÜÜ l\Il8I0NES DE J,OS PP. (; A l'UCHINOS »Ganada la orilla opuesta, me encontré en medio de la .-. Araucanía, veinte millas distante de la antigua ciu dad del Imperial, destruída y quemada por los Araucanos ~l año 1 602 con otras seis ciudades y todas en el mismo día. ~En aquel estrago no estuvieron comprendidas las _mu– jeres y los niños, los cuales, desterrados á un valle lla– mado Boroa, formaron más tarde una raza aparte que se distingue por el color más sonrosado, por los cabellos _rnbios, por las formas del cuerpo, por la altivez en sus modales, por su astucia, valor y audacia en afrontar los. peligros; y hacen recordar á los audaces vizcaínos que el Rey de España mandó á Chile para civilizar á los po– bres indígenas, y encontraron su tumba en la Arau– canía. » Una vez dentro del valle bañado por el río Cautín 1 aparecieron á mi vista varias casas de paja, y pronto me ví rodeado por una multitud de perros : sus patrones se maravillaron de que hubiese aparecido por allá de im– proviso, y obtenido el permiso para desmontarme del caballo, tuve que sufrir, según costumbre entre ellos, un grande saludo y largo interrogatorio, habiendo satisfecho con las exigencias de su ceremonial por medio de mi in– térprete, que fué escuchado con grande atención y aplau– dido con sonidos prolongados, producidos por los gritos de todos los que le escuchaban. ,A esto siguieron los abrazos de los hombres y los respetuosos saludos de las mujeres; la más anciana, no pudiendo persuadirse que mi barba fuese natural , me la tiró ligeramente, á cuyo acto de simplicidad yo me sonreía, y ella quedó tan contenta que desde aquel día me consi– deró como su hijo .
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