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EN LA AR.AUCA NÍA 1848-1859 87 cuelgan sujetándolas en la misma faja, y así se cubren de cintura abajo como con un pantalón. Tienen además otra prenda para cuando llueve lla– mada macuglt, como un poncho chileno: es decir una manta corta de lana de varios colores, abierta por el me– dio, que meten por la cabeza y queda colgada sobre los hombros, sin más ojales, botones, ni costuras. Parecido es el vestido de las mujeres; un refajo de lana ceñido y estrecho llamado c!tipán que cubre desde bajo los brazos hasta los pies , y otra cubierta, p i!c!ten, á modo ele chal, que cubre desde el cuello á los pies. Ko usan zapatos ni sandalias, no se cubren la cabeza; pero la amarran con una cinta encarnada; son muy ami– gas de colores chillones y vistosos. El color de su cuerpo es bronceado , pómulos muy pronunciados y ojos grandes y negros. La naturaleza no concedió á estos hombres la barba; pero el pelo ele su cabeza es abundante y fuet"t e, y ellos lo dejan crecer y les cuelga por la espalda. En el capítulo anterior hicimos algunas ind icaciones respecto á la religión que los aborígenes chi lenos pro– fesaban en la época de la conquista; ahora po.demos añadir algún detalle sobre las tribus arauc:11ns, 'tales cuales las encontraron nuestros primeros misioneros Ca– puchinos respecto á ideas religiosas. A.penas si pudieron precisar bien entre sus ideas la de rn, Futmn, á quien, al parecer, tenían por principio del bien; pero la creencia en su Pi!!t"ait ó diablo, como princir,io del mal, estaba y está arraigada en lo más pro– fundo de su conciencia salvaje. Es religión ele temor la que profesan, y este temor su– persticioso al P/!ü,u7 parecen localizarlo en los volcanes,

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