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46 V. E. tendrá la bondad de perdonar si algunas veces llega a tanto lo uno y lo otro, que rayo en lo exigente. »Conforme a la Constitución de la República, los indígenas tienen los mismos derechos y deberes que el resto de los ciudada– nos; nada es más justo que esto; pero la ignorancia en que perma– necen no les permite hacer uso de los primeros, ni cumplir los segundos; por lo cual sería en extremo deseable que V. E. hiciera uso de la facultad que le confiere el art. 318 de la ley 153 de 1887, que adiciona y reforma los Códigos Nacionales; de la 61 de 1886, y de la 57 de 1887, pues así la legislación de los indígenas expre– sados estaría en conformidad con sus especiales costumbres y necesidades. Solicito muy respetuosamente de V. E. este acto ofi– cial de importante trascendencia para la civilización de los referi– dos aborígenes . »Es conveniente que las autoridades de los pueblos de la Sierra Nevada no sean de los civilizados, que allí llaman, sino de los naturales de la tribu, escogiéndolos de entre los que poseen más conocimiento y merezcan en aquel territorio respeto y consi– deraciones. De esta suerte, el orden se conservaría con facilidad, puesto que obedecen fácilmente a los de la misma raza. Mientras más sea el número de esas autoridades, es mucho mejor: un Regi– dor o un Alcalde es suficiente en cada lugar. »Las escuelas deben ser servidas por los misioneros en per– sona, o bien por los individuos que ellos designen, porque de este modo puede cumplir el Superior de la Misión con más eficacia el artículo 43 de la ley 89 de 1888, sobre instrucción pública nacional. »El estado de pobreza a que han quedado reducidos los aborí– genes de la Nevada, exige que sean eximidos de toda clase de contribución, aun del trabajo personal subsidiario, que sólo pagan ellos, pues los civilizados, que desempeñan los empleos públicos, cometen la injusticia de no pagarlo. Casi siempre pagan los pobres indios esa contribución limpiando los caminos. »Tal vez parecerá un tanto excesiva mi apreciación, pero la prueba el hecho de haber venido a esta ciudad, en más de una ocasión, algunos indígenas de aquel lugar a solicitar protección, pues no pueden soportar ya los hechos. También es cierto que como veinte de ellos han abandonado el suelo nativo y fijado su residencia en el camino que conduce de aquí a Riohacha; sin em– bargo, a ellos se les molesta con el cobro de las contribuciones, lo que hace aborrecer la vida civilizada y les retarda el conocimiento del verdadero Dios y de la Santa Religión Católica .

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