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24 caballeros más distinguidos de esta ciudad, entre los cuales se veían culminar los altos empleados de la nación, de la provincia y del distrito. »Cordial y afectuoso por demás fué también aquel último tri– buto de la complacencia rendido a los Reverendos Padres, quienes supieron retribuirlo de una manera que lograron acentuar más las simpatías con que fueron recibidos. »La recepción llegó a su término, y cada cual al despedirse llevaba en el corazón un dulce aliento y en el alma una esperanza. »¿Por qué ese aliento? ... ¿De dónde esa esperanza? ... ¿Por haber visto la primera vez entre nosotros a unos pobres monjes vestidos de áspero sayal, ceñidos al cinto con un cordel, rasurada la cabeza, larga y espesa la barba, y los pies apenas encubiertos por una tosca sandalia? »¡Sí, por eso! Porque esos varones de la Fe, esos atletas de la Caridad e hijos de Jesucristo, surcaron dilatadísimos mares, de– jando Patria y familia, hogar y amigos, comodidades y ventura, sin más tesoros que una alforja y sin otra riqueza que su ardiente amor por la humanidad, para volar hasta el seno de la ignorancia, y allí prender una luz; hasta los antros de la barbarie, y allí salvar una víctima; hasta lo hondo de los desiertos, y allí sembrar una esperanza. »¡Por eso, sí! Porque esos apóstoles de la verdad, esos íncli– tos soldados del Redentor, tipos de abnegación, ejemplos de per– severancia, representantes de la humanidad y émulos de San Luis Beltrán, vienen desde remotos mundos, con Dios por único am– paro, para reanudar los lazos místicos que echó en otras edades aquel apostólico varón entre estas tierras y el cielo, entre estos nómadas y Dios, y para que, amparados bajo el inmenso estan– darte de la Cruz, recojamos para todos el fruto bendecido de la caridad de Jesucristo. »¡Por eso, sí! Porque estos Venerables Ministros del Evange– lio, hijos predilectos de la culta España, cuya madre amorosa los desprende de su seno para que vuelvan a restablecer en el suelo americano, joya en un tiempo de sus varoniles conquistas, la obra civilizadora comenzada por sus mayores; y porque, en fin, contem– plando el majestuoso conjunto de esos varones incomparables, la humana aspiración trasluce en sus plácidos semblantes, en la humanidad de su porte y en su aspecto vigoroso, resuelto y abne– gado, un mundo de bienandanza moral para el porvenir de estas comarcas.

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