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23 sentida entonación y voz tan clara como simpática, dió así principio a un oportuno discurso : «... ¿Con qué palabras, amantísimos her– manos ... con qué palabras podré manifestaros el tropel de gratas emociones que se agitan en mi pecho, conmovido hondamente por la efusión de vuestra cariñosa piedad y por la inmensa gratitud de que somos deudores al Dios de las Misericordias, ya que nos ha conducido felizmente al término de nuestro ansiado destino?... » »El discurso prosiguió lleno de bellas esperanzas para el por– venir de las comarcas que abrazará el radio de su evangélica Misión; lleno de tierna caridad hacia los fieles habitantes de Rioha– cha; lleno de aspiración divina para merecer fuerzas del Altísimo con que llevar a cumplido término la inmensa cruzada ·que se pro– meten acometer ... y, «si nuestra sangre», agregó, «ha de caer confundida con la de mis caros compañeros en las pampas habi– tadas por el salvaje, a trueque de salvarle y de plantar en sus desiertos el lábaro santo de la cruz, prontos, muy prontos esta· remos a aceptar el sacrificio, porque nada nos arredra, nada nos intimida cuando se trata de servir a Dios». »Bajó, por último, el orador sagrado, y luego, incorporándose a sus hermanos en el Presbiterio y sus no menos carísimos los Presbíteros Celedón, Espejo y Castillo, éstos ya revestidos, ascen– dieron al altar de la Purísima Virgen de los Remedios, Patrona gloriosa de Riohacha, y allí, postrados de hinojos, entonaron, seguidos de orquesta, una Salve a la Reina de los cielos, en acción de gracias por el bien que unos y otros recibimos de la Di– vina Bondad. »Una imponente majestad reinó durante aquel hermoso acto de piedad cristiana, el cual, con un acento inefable, parecía hablar a un tiempo mismo al corazón y al alma. Indudablemente el ángel del Señor debió descender en tales momentos sobre la grey cris– tiana que allí se hallaba congregada, para otorgarle una bendición concedida por el Trono de la Divina Gracia, porque todos, sin pen– sarlo, al terminar la religiosa escena, sentimos transportada el alma hacia las regiones de lo infinito. »Concluída que fué la piadosa ceremonia, los Reverendos Pa– dres, siempre seguidos de la inmensa comitiva, fueron conducidos a la hermosa habitación que el cuidadoso esmero de nuestro amado Párroco ya les tenía de antemano preparada. Allí, con la honorable presencia de los señores Cónsules de España y Francia, les fueron presentados nominalmente a los Padres de la Misión, por los Pres– bíteros Celedón, Espejo y Castillo, las personas más notables y
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