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22 cuando por último, bajo las dulces armonías de la música y la detonación de algunos fuegos, de modesto pero de significativo artificio, desembarcaron uno tras otro, hasta seis, los Reverendos Padres, y en señal de cordial saludo y en prueba de hospitalaria acogida, todos los concurrentes a una despejaron el trayecto por donde habían de pasar, alzaron con reverente porte sus sombreros y abrieron sus brazos para recibir en ellos a los enviados del Dios Altísimo. »Plácida sonrisa de bendición apostólica pudo mirarse en el rostro sereno de aquellos venerables sacerdotes, y con esa hi– dalguía nunca desmentida entre los hijos de España, con esa unción beatífica del Santo Ministro que revisten, también ellos, destacando su coronada cabeza, correspondieron al saludo de la muchedumbre y aceptaron el tributo de bienvenida que el genio de la caridad les ofrecía . »En ese momento de emoción gratísima, y con particular agrado del concurso, se destacó solícito de las filas un apuesto y cumplido caballero, que acercándose descubierto, e inspirado de la más fina cortesía, hasta el modesto grnpo que formaban aquellos religiosos, saludó reverente en ellos a la amada Patria, brindán– doles, con el agasajo cordial del compatriota y la efusión benevo– lente del hermano, acogida tan sincera como saben tributarla los grandes corazones. »Este hidalgo caballero es el Cónsul de la noble España, quien formando después al lado del Rvdo. P. Superior de los Misioneros, cerró la marcha con éstos y el numeroso cortejo, al són de esco– gida música, hacia el Templo de la Parroquia, donde iban todos a rendir gracias a la Divinidad por el feliz arribo de los recién llega– dos; con ellos atravesó unido todo el sagrado recinto, y luego, en el altar, lleno de humilde reverencia, depuso también su voto de piedad ante el Dios Omnipotente. ¡Qué grandes y qué sublimes son los altos designios de Aquél, que todo es Caridad! »Luego tomaron un breve descanso en la sacristía los Padres Reverendos, y avisados de que el Templo acababa de llenarse con señoras y señoritas, que presurosas acudían para unir también sus plegarias al Cielo por la buena nueva que a todo viento proclama– ban con agitada voz las campanas, salió acompañado de sus her– manos el Rvdo. P. Superior de las Misiones hasta el Presbiterio de la Iglesia, de donde pasó, henchida el alma de gratas emo– ciones, a ocupar la Cátedra del Espíritu Santo. Breve y silenciosa oración se le vió hacer, y en seguida, conmovido el acento, con

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