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s dedor toda la sabana . Elegido el sitio, marcharon los expedi– cionarios a una ranchería llamada <, Guamachal». «Allí encontré -dice el Dr. Celedón-una india, hija de civilizado y suma– mente ladina. Me brindó el chinchorro para sentarme, lo acepté de buena gana y le expuse el objeto de mi viaje, para que ella lo hiciera saber en su leng·ua a sus compañeros, lo que efectuó al momento, y todos se mostraron muy contentos. »Pasados unos instantes, dirigí la vista a uno de los rin– cones del rancho, y por la boca de una mochila, que estaba colgada del techo, asomaba una cabecita como de imagen; le pregunté a la india qué era aquello, y me dijo que era un santo.-¿Qué santo?- torné a decirle, mientras me acercaba a reconocerlo. - Es-me dijo - una Santa Rita-. Como todo lo or– dena la Providencia Divina con número, peso y medida, no tomé este hallazgo por una casualidad, sino como un acto pro– videncial, en lo que me he confirmado, después que he enla– zado éste, al parecer simple acontecimiento, con las circuns– tancias que le precedieron y los informes que le han seguido. »Desde que se proyectó la Misión, una de las cosas que más han ocupado mi mente ha sido el Patrón bajo cuya pro– tección debiera ponerse. Sé que el Señor, que puede, como causa primera, hacer todo lo que quiere, se complace, sin em– bargo, en realizar sus adorables designios por medio de sus escogidos, repartiendo sus dones como le place y despertando en cada pueblo mayor fer vor por determinados santos. Mucho había pensado sobre esto, pero no había podido fijarme en ningún santo . Los Dulces Nombres de Jesús, María y José ve– nían siempre a mi memoria; pero nunca se me ocurrió el de ningún santo de los que forman la corte de la Trinidad de la tierra. Durante el viaje, y cuando creo iba pensando en esto, se me acercó uno de los compañeros, y hablando de las di· ficultades de la Misión, me dijo: Que antes de salir había es– tado conversando con su hermano, y éste le había manifestado que, por el conocimiento que tenía de los indios, le parecía obra imposible.-Para Dios no hay imposible-le contesté in– mediatamente-. Este joven con quien tuve tal conversación fué uno de los que me acompañaron a Guamachal, y al ver a Santa Rita, le dije: Santa Rita se titula entre nosotros: «Abo– gada de imposibles»; ella, pues, es la llamada a vencer el im– posible que algunos encuentran para el establecimiento de la Misión.
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